Cristo revelado en el santuario
Pr. Aarón A. Menares Pavez ©
El antiguo santuario en el desierto, no tenía otro
objetivo, más que mostrar el carácter de Dios como único Dios y además enseñar
como el hombre puede alcanzar la salvación.
El tabernáculo debía ser único y distinguirse de los templos de las
naciones paganas, Dios era único (Deuteronomio 6:4) y singular en relación con la
pléyade de deidades que acompañaban a los pueblos vecinos de Israel. Por ello
es que Dios les entrega su deseo de habitar en medio de ellos, y lo haría en el
santuario, las palabras del Señor son evidentes: “Y harán un santuario para mí,
y habitaré en medio de ellos” (Éxodo 25:8).
Esta vinculación es característica de la relación
que Dios espera tener con sus hijos. Por ejemplo, cuando finalizó la creación,
Dios estableció el sábado como una conexión especial e íntima con la nueva
creación. El sábado es ‘Dios con
nosotros’, un aspecto de adoración y comunión único, lo mismo acontece entonces
con la indicación sobre el santuario; Dios tiene planes de habitar con sus
hijos, o el mismo Jesús denominado ‘Dios con nosotros’ (Mateo 1:23,24). Esto no
es una utopía espiritualista, es una promesa que podemos disfrutar
singularmente, porque Dios así lo ha planeado.
El otro aspecto importante del tabernáculo del
desierto consistía en ilustrar de manera práctica la redención y puntualmente
lo que haría el Mesías. Cada detalle del
edificio contenía elementos simbólicos importantes en relación a esto.
Pecado,
Salvador y salvación
Hay tres conceptos que debemos considerar y
encontrar en el santuario. La razón de
la venida de Cristo es porque existe el pecado, por lo que Él es la única
salida y solución para enfrentarlo. Así
lo dijo Juan describiendo la obra de Cristo, “para esto apareció el Hijo de
Dios, para deshacer las obras del diablo” (1Juan 3:8). Por ello Jesús debe estar representado en el
santuario, todo el sistema debe estar centrado en su obra; porque el santuario
nos habla sobre la obra de salvación efectuada por Cristo.
Todo lo que acontecía ilustraba y pre-figuraba lo
que para ese tiempo, haría Jesús; hoy lo vemos como realizado y a Jesús ministrando
en el santuario celestial.
Las
divisiones del templo
El tabernáculo estaba en medio de las carpas donde
habitaban las familias de los Israelitas según sus tribus. Todo el sistema religioso, social y económico
giraba en torno del santuario. Podemos entender entonces que los israelitas
dependían directamente de Dios, porque todo su sistema social y político era
dirigido directamente por el Señor.
El tabernáculo tenía tres dependencias, el atrio, y
en el edificio en sí, se dividía en dos: lugar santo y lugar santísimo.
El atrio
El atrio, o patio era el lugar donde estaba el
altar del sacrificio, allí se realizaban los sacrificios. También estaba la
fuente de bronce o lavacro.
Era un solmene lugar que era testigo de tres importantes
acciones. Primero la disposición de búsqueda del perdón. Segundo, traer una
ofrenda; esta no solo debía ser de animales grandes, como oveja o buey, incluso
una paloma podía ser presentada, señalando así que para buscar el perdón, se
debe ir adecuadamente y con la disposición adecuada, y finalmente, la obtención
del perdón. Allí se realizaban los
sacrificios denominados ‘continuo’, que era uno por la mañana y otro por la
tarde, además del sacrificio realizado en el día de expiación. En lo simbólico el atrio representa la tierra
y los sacrificios representan el sacrificio de Cristo acontecido cuando fue
crucificado, trayendo salvación y continua intercesión en favor del hombre, hecho
realizado en la tierra.
El lavacro
Se encontraba frente a la entrada del tabernáculo y
representa limpieza, purificación. El
Antiguo Testamento asigna mucha importancia al agua como elemento
purificador. Tanto el sacerdote como el
sumo sacerdote, antes de entrar al templo, debían lavarse sus manos. Jesús relacionó el agua a dos importantes
conceptos en cuanto a la salvación, en primer lugar lo relacionó con la
salvación, cuando ofrece a la mujer samaritana agua de vida a quienes aceptaran
a Jesús como el Mesías Redentor (Juan 4:14), la oferta de vida en relación al
agua también lo encontramos en Apocalipsis, “y el Espíritu y la Esposa dicen;
Ven, y el que oye diga: Ven. Y el que quiera, tome del agua de la vida
gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).
Jesús también relacionó el agua con el Espíritu
Santo. “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la
voz diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba, El que cree en mí, como
dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua vida. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir
los que creyesen en El” (Juan 7:37-39)
Entonces el lavacro representa la limpieza y la
regeneración que el Espíritu Santo puede realizar en la vida de quien permite
su actuar.
Lugar santo
Al entrar en el santuario, el primer departamento,
denominado ‘Lugar santo’, está al ingresar al tabernáculo. No todos podían entrar, sólo podían hacerlos
los sacerdotes que habían sido consagrados para ministrar en el santuario.
El departamento tenía tres elementos muy
importantes. La mesa con los panes de la proposición, un candelabro y un
incensario.
La mesa con
los panes de la proposición. Si
entráramos al lugar santo, veríamos a la derecha una mesa con los panes de la
proposición. Los panes eran doce, siempre
deben estar frente al testimonio (Éxodo 25:30). Esto tiene también una doble
representación, primero era uno por cada tribu, ilustrando así que
continuamente Dios está atento a sus hijos.
Cristo se autodenominó como el pan de vida, después
de realizar la multiplicación de los panes y los peces, y en un contexto que
debería haber llevado a sus testigos a recordar como Dios sostuvo a sus hijos
por el pan del cielo, el maná. Jesús se
presentó como el pan de vida –“Yo soy el pan de vida”- relacionando la idea de Él como el pan que descendió
del cielo, con su muerte (Juan 6:47, 48).
Candelabro
de oro. El candelabro de oro se
encontraba frente a la mesa con los panes y también frente al testimonio. Son “seis brazos de sus lados; tres brazos del
candelabro a un lado, y tres brazos al otro lado” (Éxodo 25: 32), además de una
caña central (v.33), conformando siete brazos en total. El simbolismo también nos conduce a Jesús y
al Espíritu Santo, note que ambos trabajan en la salvación del hombre; Jesús es
el Redentor y el Espíritu Santo nos conduce a Él.
La luz aparece en el primer día de la creación, la
luz viene de Dios, porque Él es luz, “el que se cubre de luz como de vestidura”
(Salmos 104:2); “Dios es luz” (1 Juan 1:5), por lo que la luz que emanaba no
podría representar otra cosa que la luz de Cristo, guiando a sus hijos.
Jesús dijo de sí mismo que era la luz, “luz soy del
mundo” (Juan 9:5), señaló el Maestro antes de sanar al ciego de nacimiento. Al
momento de la transfiguración el rostro de Cristo fue iluminado de manera que a
los discípulos les sorprendió (Mateo 17:1,2; Lucas 9:29; Marcos 9:3).
Jesús es nuestra luz, Él ilumina nuestras vidas,
curiosamente la luz del candelabro llegaba a la mesa, donde estaban los panes
que representaban al pueblo de Dios, un símbolo de como Dios guía a quienes se
lo permitan. El combustible era aceite
de olivo, un símbolo del Espíritu Santo, por lo que nuevamente actúan juntos en
pro de nuestra salvación. El Espíritu
Santo hablando a nuestra conciencia y conduciéndonos a Cristo.
Altar del
incienso (Éxodo 30:1-10). Este
mueble se ubicaba frente a la cortina que dividía los dos lugares y emitía
olores gratos, que llegaban al lugar santísimo.
El simbolismo habla de cómo nuestras oraciones ascienden al cielo y
llegan como un grato perfume, gracias a la intercesión de Cristo. Cristo es sacerdote y sumo sacerdote que
oficia en favor y no contra sus hijos.
Podemos confiar y depender plenamente en su total capacidad amorosa que
atiende al clamor de cada uno de los que lo buscan y claman por misericordia, perdón
y salvación.
Lugar
santísimo
El último departamento es el de mayor trascendencia;
allí sólo podía entrar el sumo sacerdote y una vez por año para el día de
expiación, día de juicio. Era una santa
convocación seguida por todo el pueblo con santa reverencia y confesión de
pecador.
Allí estaba el arca del pacto, que contenía los
diez mandamientos. Sobre su cubierta
estaba el propiciatorio y dos querubines que se inclinaban, ya que allí –en el
propiciatorio-, se depositaba la presencia de Dios (Éxodo 25:22). El símbolo es importante, en el propiciatorio
está la presencia de Dios, para algunos es el lugar del trono de Dios. Isaías y Apocalipsis hacen una descripción de
ese lugar, del real, donde está Dios, y donde recibe la adoración de los
santos. La obra del sumo sacerdote era
un símbolo de la acción real de Jesús en el cielo, al momento de iniciar el
juicio vindicador de Dios, un juicio previo a la segunda venida de Cristo, que
al igual que en el tipo, del tabernáculo del desierto, debe ser considerado con
temor y reverencia.
Jesús también es sumo sacerdote; es todo. Es la ofrenda cuya sangre es meritoria para
que podamos ser salvos; es sacerdote, para ofrecer nuestras oraciones y sumo
sacerdote para perdonarnos.
Al finalizar, un par de consideraciones
importantes. El juicio y todo lo que
acontece en el santuario celestial no es contra los hombres. Es un juicio vindicador del nombre de Dios,
no olvide que Satanás un día en el cielo y en el santuario señaló injurias
contra Dios, y todo el plan de salvación no solo es una manera para que
nosotros tengamos vida, también es un tremendo argumento contra los argumentos
de Satanás.
El juicio es favorable a los hombres, ya que la
paga del pecado fue cumplida por Cristo.
Lo imposible fue hecho por nuestro representante. Queda sí, que cada uno de nosotros aceptemos
a Jesús como nuestro Salvador y permitamos también que el Espíritu Santo
modifique nuestras vidas. Si bien es
cierto que la salvación es gratis, eso no quiere decir que si no aceptamos a
Cristo y su obra redentora seremos salvos; es solo la aceptación del regalo
divino que nos hará ver a Jesús en su segunda venida.
La invitación es a vivir feliz; confiar y depender,
de hacer parte con Jesús y permitir que su gracia transforme nuestro ser, y que
podamos ser vivificados por el Espíritu Santo.
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