miércoles, 1 de junio de 2011

REGRESO A LOS BRAZOS DEL PADRE

Regreso a los brazos del padre
Por Aarón A. Menares Pavez
Profesor de Teología, Universidad Adventista de Chile

La historia del hijo pródigo (Lc 15), es una clara representación del cuidadoso y atento amor de Dios para con sus hijos. Así también la parábola es la última de tres que tienen la intención de esclarecer cualquier duda sobre el amor de Dios, el arrepentimiento, el perdón y la salvación.

La oveja perdida
La primera de las parábolas habla sobre una oveja perdida (v. 15:3-7). Las ovejas son muy proclives a perderse, por esta razón es que los pastores debían estar atentos a cada una de ellas para que no sean presa del clima o de las bestias rapaces. La parábola de la oveja perdida es una clara ilustración sobre cómo Dios busca insistentemente a sus hijos, incluso aunque ellos no estén en condiciones de regresar –como el caso de la oveja perdida-. Hay hijos de Dios que están lejos, perdidos y expuestos al peligro, incluso no tienen conciencia de ello; sin embargo Dios elabora una estrategia para llegar a ellos. Acá también el aspecto de respuesta humana es importante, se requiere la aceptación para que el pastor traiga de regreso a la oveja perdida, y en peligro.

La moneda perdida
La segunda parábola sobre la moneda perdida (v.8-10), contiene elementos distintos e ilustrativos también para comprender la misericordia divina. La moneda es de menor valor, con respecto a las otras nueve, pero para la mujer es de gran valor e insiste en ayarla. Acá encontramos toda la estrategia misional de Dios a favor de sus hijos. Dios utiliza medios variados para llegar al corazón de todas las personas. Siempre está llamando al arrepentimiento. Es una búsqueda incesante, y cuyo único objetivo es la salvación de sus hijos.

La parábola del hijo pródigo.
Un hombre tenía dos hijos” (Lc 15:1), así comienza la historia del hijo pródigo. Si en la parábola de las ovejas eran cien y una le extraviada, o en el caso de las monedas de diez era una la perdida, en este caso se habla de dos hijos. Las dos primeras parábolas presentan el drama de una entre varias extraviadas; pero en la historia de este padre y sus dos hijos, es uno que se va por su voluntad y el otro se queda. Sin embargo, podríamos observar que no solo quien se fue necesitaba el amor y el perdón del padre; también el que quedó, necesitaba lo mismo. Ambos hijos en algún momento de su vida necesitaban la misericordia y justicia del padre. Uno de ellos actuó injustamente; mal utilizando los bienes que su padre le entregó, el otro, permaneció aparentemente siendo justo y honorable ante su padre, sin embargo su accionar egoísta, hace de él también un necesitado de la misericordia del padre.

La parábola nos entrega elementos importantes para comprender de una mejor manera la justicia y también lo que espera Dios sobre el crecimiento espiritual. Para ello podemos visualizar que el hogar y el padre, representa a Dios y lo grato que es estar con y junto a Él en cada instante. El padre es quien ama, no reprende, espera y recibe con amor, también restituye amorosamente. Por lo que tanto el padre como el hogar, van a representar a Dios y su permanente intento por buscar a sus hijos y proveer para ellos todo lo necesario para su salvación y felicidad.

El hijo menor
El hijo menor –conocido como el pródigo- le pide al padre lo que le ‘corresponde’ de la herencia, porque desea experimentar una vida distinta lejos de casa. Este es un punto importante que debemos considerar, antes de avanzar. La arrogante solicitud, fue una clara señal del tipo de comunión que tenía con su padre y puede ser una representación de la condición espiritual en la que estaba ese muchacho. Las personas pierden contacto con Dios en la medida que los quehaceres del diario vivir acechan. En nuestros días el tiempo se hace escaso y se requiere de un esfuerzo ‘extra’ para dedicar un tiempo a la comunión y relacionamiento espiritual con el Señor a través de la oración y la reflexión de su Palabra.

El hecho que el hijo menor haya sentido deseos de emigrar, nos presenta un inconformismo con el tipo de vida que llevaba, y que valorizó sólo cuando se vio en la miseria. La historia continúa y señala que el padre le entregó lo que supuestamente le correspondía y se fue, a vivir una vida de ‘independencia’, esa vida ‘independiente’ también puede ser una clara ilustración de la vida sin Cristo. Existe una tendencia a pensar que no necesitamos de los parámetros bíblicos y eclesiásticos para ser buenos. Esta es una idea de auto conducción, muy contemporánea. Es decir incluso es posible ser religioso, experimentar cierto tipo de éxtasis ‘espiritual’, pero en cuanto al tema normativo, el hombre se transforma en auto regulador de sus propios parámetros y experiencias. No haciendo daño a nadie –dicen- se puede experimentar la vida y también ser un ‘cristiano’ según la idea que se tenga de ser cristiano.

Esta experiencia puede conducir a crear parámetros muy particulares, en distintas áreas de la vida. Incluso en el tipo de adoración que Dios espera. En el tema valorico se puede acceder a prácticas que la Biblia presenta como pecado, pero que hoy son consideradas como ‘normales’. El otro día veía un reportaje en un canal católico sobre las uniones homosexuales, debate que en Chile está en boga. El mensaje central del reportaje argumentaba que las minorías sexuales –así se las denomina- tienen los mismos derechos, cosa que no podemos negar, es decir ellos como personas tienen los mismos derechos que cualquiera, sin embargo no podríamos compartir su visión sobre las uniones entre personas del mismo sexo. Me pareció muy interesante el corte editorial del reportaje, porque dejó en la mente la idea que ellos también bajo una protección legal sobre sus bienes, merecen estar unidos por la ley como matrimonio y por qué no, que las instituciones religiosas puedan brindarles el reconocimiento.

Posiblemente el ejemplo es exagerado, sin embargo es una clara identificación sobre cómo se puede sistematizar un pecado y presentarlo como algo practicable y no censurable.

Lejos del padre
Posiblemente la experiencia lejos del padre, no solo pueda ser aplicable a aquellos que se alejan de Dios y de la iglesia. Algunos dicen, estoy lejos de la iglesia pero no de Dios, eso es falso, porque no podemos separar lo uno de lo otro. El otro día conversaba con un ex pastor, un amigo mío. Había renunciado a la obra, por tener una visión distinta sobre el liderazgo eclesiástico, estaba muy enojado, por ello tomó tan drástica determinación. Le pregunté si estaba asistiendo a la iglesia, y fue realmente sorprendente su respuesta porque me dijo que no lo estaba haciendo. Entonces me dijo que no necesitaba de la iglesia ni de un pastor.

La verdad es que no podemos separar la comunión con Dios y nuestra participación en la iglesia, porque la iglesia es de Dios. Esta es otra manera con la que Satanás engaña a quienes son hijos de Dios y que se encuentran en la condición del hijo pródigo.

Por otro lado están los que aunque asisten a la iglesia, están lejos de Dios. Ya sé que en su menta está el otro hijo que permaneció en casa, sin embargo tengo un comentario para el otro hijo más adelante.

Existen muchos que permanecen en la iglesia y sin embargo están lejos de Dios; están perdidos dentro de la iglesia. Una condición triste e irreversible, a menos que experimenten una conversión genuina. Generalmente estas personas son las que causan divisiones y critican todo lo que ocurre en la iglesia; logrando los objetivos de Satanás para impedir la unidad y la presencia del Espíritu Santo.

La miseria
Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba” (Lc 15:14-16). Esta es una descripción extrema, la situación del hijo que voluntariamente se alejó de la casa de su padre era ‘indigna’ para cualquier persona. Tanto así fue su necesidad que miraba positivamente la comida de los cerdos para satisfacer su hambre. Posiblemente en su reflexión en la miseria pudo haber recordado las palabras del salmista, “no he visto justo desamparado” (Sal 37:25) y deseó regresar a la presencia del padre. Esta es una conclusión acorde con la reacción del hijo pródigo, porque una vez que reconoce su condición de desamparo, reconoce también, que si estuviera cerca del padre, su condición sería distinta.

Reconocer la condición
Esta es una cuestión difícil para el hombre, -hablo no solo del hombre, también la mujer-, es difícil porque Satanás nos tiene convencidos que existe un valor agregado en lo que somos, y la verdad es que mientras más reconozcamos nuestra miseria, estamos en mejor condición para ir de regreso al padre. “Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (v. 17-19). En estas palabras podemos identificar la contrición y arrepentimiento genuino del joven pródigo. En ocasiones Dios permite condiciones extremas para que así la persona pueda reconocer su condición y buscar la misericordia divina. No es que Dios haga que las cosas así sucedan, lo que sí hace es permitir que en esa condición se lo pueda buscar. La respuesta natural es que Dios responde afirmativamente.

El relato señala que el joven pródigo regresó a casa; en tanto su padre día a día lo esperaba, hasta que tuvo la gran alegría de ver a su hijo regresar. Así es nuestro Padre celestial también, espera y espera, cada día, cada instante por sus hijos. Su amor misericordioso, lo hizo dar su vida para que ninguno perezca y para dar a cada uno de nosotros la posibilidad de la salvación, eso es misericordia y amor.

El padre lo recibió y lo aceptó tal cual venía, sin haber pasado por el baño y con la ropa sucia y con olor a transpiración y a puerco. Esta es la condición de los pecadores, porque el pecado huele mal, es desagradable, sin embargo cuando vamos al Padre eterno, Él nos recibe con los brazos abiertos y hace lo mismo que el padre del hijo pródigo. “El padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies” (v.22). Este es un acto reconciliador, el muchacho no merecía nada, como tampoco merecía su herencia, porque su padre vivía, sin embargo para el padre no era cuestión de derecho, sino que lo reconocía como su hijo, al que amaba. De la misma manera, el Padre celestial ofrece su manto de justicia a todo aquel que lo busca en arrepentimiento (Jn 6:37).

La salvación es un regalo; no lo merecemos, nadie lo merece. Si fuese por merecer, el único que la merece es Cristo, porque ganó ese derecho (Co 1:20). Todos nosotros somos beneficiarios de ese acto sobrenatural y maravilloso (Ro 3:24). Por esta razón es que cuando vamos al Señor y lo buscamos en sincera oración, podemos encontrar perdón, misericordia, reconciliación y una nueva oportunidad. Siempre sus brazos están abiertos para quien lo busque (Mt 11:28).

El otro hijo
El otro hijo es todo un comentario aparte, su accionar es el típico accionar de los que buscan la salvación por las obras. En el relato representa a los fariseos que criticaban a Jesús por su mensaje incluyente y no excluyente como el de ellos (Lc 15:2). El hijo mayor, estaba más preocupado por lo bien que lo había hecho, que por lo que necesitaba para agradar realmente al padre. Es verdad, se quedó y no podemos señalar que la mejor determinación fue la de su hermano menor, creemos que fue errada, sin embargo en la miseria, este pudo determinar regresar. En cambio el hijo mayor, creía que todo estaba bien, posiblemente el tipo de relación con su padre no era el adecuado, vivía por el temor y el interés de agradar al padre para conseguir lo que según él merecía, su fundamento se basaba en lo que hacía y no descansaba en una comunión cercana con el padre; al igual que su hermano no merecía nada.

La actitud farisaica, lo pone en la misma condición de su hermano; también está perdido, y lamentablemente no está en condiciones de reconocer su miseria. Esta es una clara representación de aquellos que buscan la salvación por medio de sus buenas obras. Las buenas obras no son malas, por el contrario, muy necesarias en los cristianos, es más difícilmente uno que no obre bien, entrará en el reino de los cielos, sin embargo no son ellas las que nos conducen al cielo, sino que somos salvos por fe en Jesús.

En conclusión, tanto el hijo menor, como el mayor estaban perdidos y lejos de su padre. Estar lejos del padre es no reconocer que lo necesitamos. La situación extrema del hijo pródigo permitió que se arrepintiera y deseara volver al padre, en tanto la actitud de comodidad del hijo mayor, le impidió reconocer que su relación con el padre no era la mejor.

Esta parábola puede ser un gran mensaje para los cristianos de hoy, que están perdidos sin saber. Quisiera que sepa que Dios está al control de todo y que busca incesantemente a sus hijos, como el pastor buscó la oveja o la mujer la moneda y espera atentamente como el padre lo hacía con su hijo.

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