¿Por qué necesitamos un reavivamiento?
Pr. Aarón A. Menares Pavez©
Hace poco en Chile se llevó a cabo por primera vez
una elección presidencial denominada primarias, con el fin de escoger entre dos
grandes conglomerados políticos los candidatos que posteriormente irán a la
elección presidencial en noviembre de 2013.
Recuerdo haber visto debates entre los competidores y entrevistas que
importantes periodistas hacían a los pre-candidatos. Uno de los temas más importantes fue el de
tipo valórico, es decir, la idea era averiguar cuál era el punto de vista u
opinión sobre temas muy en boga como por ejemplo el matrimonio homosexual o la
denominada igualdad de género. Temas
como divorcio y nuevo matrimonio, ya no está en la discusión, por la ley de
divorcio que ya existe, por lo que no estaba en la discusión.
Supongo que usted comparte conmigo una visión
bíblica sobre la discusión que presento como ilustración. Nuestra sociedad nos está obligando a asumir
temas valóricos de este tipo como una gran urgencia de respeto y buena
convivencia, conduciéndonos vertiginosamente a un progresismo valórico que es
en su gran dimensión contrario a los principios bíblicos que defendemos. La pregunta es ¿qué hay del pecado? Por supuesto que la sociedad liberal
establece ‘pecados’ como por ejemplo la no aceptación de una relación que Dios
claramente ha señalado como pecaminosa, por lo que se nos está obligando a
aceptar como algo normal y natural.
Vivimos en un tiempo laodicense, donde la sociedad
no reconoce a Dios y su autoridad en temas valóricos y por lo tanto una ‘ausencia
de pecado’. La ausencia de un concepto
sobre lo que es pecado, permite que las personas puedan vivir en paz e incluso con su conciencia tranquila,
porque su culpa no existe, el estilo de vida que ha escogido no es pecado, ni
pecaminoso. Es más, con la ausencia de
estos elementos, tampoco existe la vida eterna o el castigo final, por lo que
todo se remite a una fábula simpática con la que crecimos, sin embargo hay que
despojarse para liberarse y realmente vivir la vida en plenitud.
Intento describir lo que sucede en la sociedad no
cristiana, aquella sociedad que no se identifica con ninguna congregación y
menos con los adventistas. Sin embargo
me temo que mucho del facilismo del pensamiento progresista, si nos afecta y en
gran manera.
Síndrome de Laodicea
Desde hace un tiempo vengo pensando sobre lo que
representa Laodicea. Desde pequeño
aprendí que es la última iglesia antes que regrese Jesús, sin embargo, su
condición de tibieza, no es una buena característica que deseo para mi iglesia. Todos anhelamos participar de la generación
que verá regresar a Jesús, ese es nuestro sueño. Aunque también sabemos que si debemos bajar
al descanso, ese paso será temporalmente para el individuo como un cerrar y
abrir los ojos; porque para quien muere, el tiempo se detiene y se activará en
la resurrección. Es nuestra más grande
esperanza, deseamos ser testigos de esta historia maravillosa que ganó Jesús
cuando murió y resucitó, su segunda venida (Hebreos 9:28).
El síndrome Laodicea, es la no percepción del
pecado incluso entre los que profesamos la fe.
Los humanos somos muy dados a acostumbrarnos a todo; poseemos esa virtud
de acomodarnos a las circunstancias, eso del todo no es malo; porque siempre
debemos aprender a vivir en distintas circunstancias. Sin embargo el problema es que podamos
comenzar a adquirir conceptos equivocados con respecto al pecado y su real
consecuencia. En realidad lo que quiero
señalar es que es posible que lo mismo que acontece en nuestra sociedad que ha renunciado
a Dios, comience a suceder con los cristianos, y sistematicemos el pecado,
determinando de acuerdo a nuestra manera de ver las cosas, lo que es correcto y
lo que no. ¿Le parece muy lejano a la realidad lo que digo? Esta es la tibieza con la que se describe a
Laodicea (Apocalipsis 3:15,16).
Estos días he pensado en que no necesitamos una ley
que nos impida a reunirnos como hijos de Dios para que la conciencia sea
vulnerada; es un hecho que la sociedad nos está obligando a pensar de una
manera específica sobre algunos temas ‘valóricos’, y por no pensar de esa
manera, entonces los cristianos que disentimos quedamos fuera de la ley, y
fuera de las normas éticas, e incluso de conocimiento. Entonces ¿cómo enfrentamos este síndrome en
medio de nuestra iglesia? ¿Podemos
intentar vivir de acuerdo a como Dios nos pide?
Conciencia de pecado
Al asumir nuestro problema, asumimos también que
nuestra debilidad es causa del pecado y la corrupción que generó en el hombre
(Romanos 6:23). Si no reconocemos
primero que somos pecadores, tampoco estamos en condiciones para tener una
conciencia sobre lo que es pecado y por lo tanto lo que es descartable para
nuestro estilo de vivir.
La reforma esperada
La búsqueda honesta de una reforma se hace
indispensable para nuestros días. Yo
desconozco cuando regresará Jesús, si se de sus promesas y asumo lo que Él espera
de nosotros sus hijos. Lo que sucederá en
nuestros días es inimaginable. Dios ha
prometido estar con sus hijos hasta el fin, y también ha prometido conducir y
capacitar a su iglesia con el fin de culminar la predicación a todo el mundo. Eso incluye al Espíritu Santo, quien se
manifestara de manera poderosa, interviniendo en nuestras vidas y en las vidas
de muchos. Por esta razón es que un
reavivamiento debe ser acompañado de una reforma.
El Antiguo Testamento relata grandes reavivamientos
con reformas. La mayoría de las reformas
tenía que ver con derribar los ídolos que habían traído de otras naciones. Los avivamientos incluían una identidad con
su fe y una renovación del estilo de vida, una conciencia de pecado,
arrepentimiento y humillación ante Dios.
Josafat, por ejemplo condujo al pueblo a un reavivamiento y una reforma,
y Dios le permitió ver la manifestación gloriosa de su poder, lamentablemente
en los últimos días de Josafat, no logró mantenerse en la comunión que Dios
esperan (2Crónicas 20)
La humildad indispensable
La identificación de Laodicea con la tibieza, es un
signo de no reconocer el tipo de necesidad espiritual. La necesidad espiritual sólo se podrá
identificar, en la medida que en humildad permitimos que Dios a través del Espíritu
Santo realice una obra de intervención.
La humildad es indispensable, no podemos recibir
ayuda, si no sabemos que la necesitamos.
Por ello es que el consejo de Pedro es claro: “Dios resiste a los soberbios,
y da gracia a los humildes. Humillaos,
pues, bajo la poderosa mano de Dios… sed sobrios; porque vuestro adversario el
diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1Pedro 5:
6, 8).
Si deseamos hacer la voluntad de Dios, primero
debemos reconocer que somos totalmente incapaces, por nuestra pecaminosidad, “miserable,
pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17), luego debemos buscar la dignidad
divina y permitir ser conducidos por Él.
Esta es la única manera de vivir una reforma. Las reformas, no vienen por voto de junta o
de asamblea de iglesia, la reforma es personal, íntima. Necesitamos incesante e incansablemente
buscar la voluntad de Dios y clamar, para que el síndrome de Laodicea, no
permee nuestra comunión con Jesús, y así poder hacer los cambios necesarios.
Sólo de esta manera, la recomendación de Jesús registrada
en Apocalipsis 3, puede ser asumida, comprar “oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para
vestirte”, y colirio “para que puedas ver” (3: 18). Entonces la invitación concreta es “se
celoso, y arrepiéntete. Yo estoy a la
puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré
con él, y él conmigo. Al que venciere,
le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he
sentado con mi Padre en su trono. El que
tiene oído, oiga” (3:19-22).
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