viernes, 5 de julio de 2013

¿Por qué necesitamos un reavivamiento?

¿Por qué necesitamos un reavivamiento?
Pr. Aarón A. Menares Pavez©   
Hace poco en Chile se llevó a cabo por primera vez una elección presidencial denominada primarias, con el fin de escoger entre dos grandes conglomerados políticos los candidatos que posteriormente irán a la elección presidencial en noviembre de 2013.  Recuerdo haber visto debates entre los competidores y entrevistas que importantes periodistas hacían a los pre-candidatos.  Uno de los temas más importantes fue el de tipo valórico, es decir, la idea era averiguar cuál era el punto de vista u opinión sobre temas muy en boga como por ejemplo el matrimonio homosexual o la denominada igualdad de género.  Temas como divorcio y nuevo matrimonio, ya no está en la discusión, por la ley de divorcio que ya existe, por lo que no estaba en la discusión.

Supongo que usted comparte conmigo una visión bíblica sobre la discusión que presento como ilustración.  Nuestra sociedad nos está obligando a asumir temas valóricos de este tipo como una gran urgencia de respeto y buena convivencia, conduciéndonos vertiginosamente a un progresismo valórico que es en su gran dimensión contrario a los principios bíblicos que defendemos.  La pregunta es ¿qué hay del pecado?  Por supuesto que la sociedad liberal establece ‘pecados’ como por ejemplo la no aceptación de una relación que Dios claramente ha señalado como pecaminosa, por lo que se nos está obligando a aceptar como algo normal y natural. 

Vivimos en un tiempo laodicense, donde la sociedad no reconoce a Dios y su autoridad en temas valóricos y por lo tanto una ‘ausencia de pecado’.  La ausencia de un concepto sobre lo que es pecado, permite que las personas puedan vivir en  paz e incluso con su conciencia tranquila, porque su culpa no existe, el estilo de vida que ha escogido no es pecado, ni pecaminoso.  Es más, con la ausencia de estos elementos, tampoco existe la vida eterna o el castigo final, por lo que todo se remite a una fábula simpática con la que crecimos, sin embargo hay que despojarse para liberarse y realmente vivir la vida en plenitud.

Intento describir lo que sucede en la sociedad no cristiana, aquella sociedad que no se identifica con ninguna congregación y menos con los adventistas.  Sin embargo me temo que mucho del facilismo del pensamiento progresista, si nos afecta y en gran manera.

Síndrome de Laodicea
Desde hace un tiempo vengo pensando sobre lo que representa Laodicea.  Desde pequeño aprendí que es la última iglesia antes que regrese Jesús, sin embargo, su condición de tibieza, no es una buena característica que deseo para mi iglesia.  Todos anhelamos participar de la generación que verá regresar a Jesús, ese es nuestro sueño.  Aunque también sabemos que si debemos bajar al descanso, ese paso será temporalmente para el individuo como un cerrar y abrir los ojos; porque para quien muere, el tiempo se detiene y se activará en la resurrección.  Es nuestra más grande esperanza, deseamos ser testigos de esta historia maravillosa que ganó Jesús cuando murió y resucitó, su segunda venida (Hebreos 9:28).

El síndrome Laodicea, es la no percepción del pecado incluso entre los que profesamos la fe.  Los humanos somos muy dados a acostumbrarnos a todo; poseemos esa virtud de acomodarnos a las circunstancias, eso del todo no es malo; porque siempre debemos aprender a vivir en distintas circunstancias.  Sin embargo el problema es que podamos comenzar a adquirir conceptos equivocados con respecto al pecado y su real consecuencia.  En realidad lo que quiero señalar es que es posible que lo mismo que acontece en nuestra sociedad que ha renunciado a Dios, comience a suceder con los cristianos, y sistematicemos el pecado, determinando de acuerdo a nuestra manera de ver las cosas, lo que es correcto y lo que no. ¿Le parece muy lejano a la realidad lo que digo?  Esta es la tibieza con la que se describe a Laodicea (Apocalipsis 3:15,16). 

Estos días he pensado en que no necesitamos una ley que nos impida a reunirnos como hijos de Dios para que la conciencia sea vulnerada; es un hecho que la sociedad nos está obligando a pensar de una manera específica sobre algunos temas ‘valóricos’, y por no pensar de esa manera, entonces los cristianos que disentimos quedamos fuera de la ley, y fuera de las normas éticas, e incluso de conocimiento.  Entonces ¿cómo enfrentamos este síndrome en medio de nuestra iglesia?  ¿Podemos intentar vivir de acuerdo a como Dios nos pide?

Conciencia de pecado
Al asumir nuestro problema, asumimos también que nuestra debilidad es causa del pecado y la corrupción que generó en el hombre (Romanos 6:23).  Si no reconocemos primero que somos pecadores, tampoco estamos en condiciones para tener una conciencia sobre lo que es pecado y por lo tanto lo que es descartable para nuestro estilo de vivir. 

La reforma esperada
La búsqueda honesta de una reforma se hace indispensable para nuestros días.  Yo desconozco cuando regresará Jesús, si se de sus promesas y asumo lo que Él espera de nosotros sus hijos.  Lo que sucederá en nuestros días es inimaginable.  Dios ha prometido estar con sus hijos hasta el fin, y también ha prometido conducir y capacitar a su iglesia con el fin de culminar la predicación a todo el mundo.  Eso incluye al Espíritu Santo, quien se manifestara de manera poderosa, interviniendo en nuestras vidas y en las vidas de muchos.  Por esta razón es que un reavivamiento debe ser acompañado de una reforma.

El Antiguo Testamento relata grandes reavivamientos con reformas.  La mayoría de las reformas tenía que ver con derribar los ídolos que habían traído de otras naciones.  Los avivamientos incluían una identidad con su fe y una renovación del estilo de vida, una conciencia de pecado, arrepentimiento y humillación ante Dios.  Josafat, por ejemplo condujo al pueblo a un reavivamiento y una reforma, y Dios le permitió ver la manifestación gloriosa de su poder, lamentablemente en los últimos días de Josafat, no logró mantenerse en la comunión que Dios esperan (2Crónicas 20)

La humildad indispensable
La identificación de Laodicea con la tibieza, es un signo de no reconocer el tipo de necesidad espiritual.  La necesidad espiritual sólo se podrá identificar, en la medida que en humildad permitimos que Dios a través del Espíritu Santo realice una obra de intervención. 

La humildad es indispensable, no podemos recibir ayuda, si no sabemos que la necesitamos.  Por ello es que el consejo de Pedro es claro: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.  Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios… sed sobrios; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1Pedro 5: 6, 8).  

Si deseamos hacer la voluntad de Dios, primero debemos reconocer que somos totalmente incapaces, por nuestra pecaminosidad, “miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17), luego debemos buscar la dignidad divina y permitir ser conducidos por Él.  Esta es la única manera de vivir una reforma.  Las reformas, no vienen por voto de junta o de asamblea de iglesia, la reforma es personal, íntima.  Necesitamos incesante e incansablemente buscar la voluntad de Dios y clamar, para que el síndrome de Laodicea, no permee nuestra comunión con Jesús, y así poder hacer los cambios necesarios. 


Sólo de esta manera, la recomendación de Jesús registrada en Apocalipsis 3, puede ser asumida, comprar “oro refinado en fuego,  para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte”, y colirio “para que puedas ver” (3: 18).  Entonces la invitación concreta es “se celoso, y arrepiéntete.  Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.  Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.  El que tiene oído, oiga” (3:19-22).

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