Victoria en
Cristo
Por Aarón A.
Menares Pavez©
Definitivamente estamos en medio de una lucha en la
que somos los conquistados; o somos conquistados por el amor de Cristo o por la
naturaleza pecaminosa que es inherente en cada uno de nosotros; logran o la
vida o la muerte. Es en este sentido que
al nacer con esta desventaja espiritual, nuestra motivación natural no será
estar cerca de Dios sino que dejarnos llevar por las paciones pecaminosas. Esta lucha sin cuartel tiene a las dos
potentes fuerzas que interactúan y que nuestra determinación y voluntad será
determinante en el triunfo o fracaso en la vida espiritual.
La voluntad
Hay algunos elementos que haremos bien en
considerar y que son necesariamente fundamentales si deseamos que el Señor tome
control de nuestra vida.
Libre
albedrío
Aunque Dios desea nuestra salvación no actúa a
menos que se lo permitamos. El libre
albedrío es una característica virtuosa con la que fuimos creados. De hecho cada ser inteligente la posee, los
ángeles, incluso Satanás y también sus ángeles.
La salvación de hecho, es una gracia o un regalo inmerecido para los
hombres, que sólo se activa en la medida que le permitamos al Señor
salvarnos. Por ejemplo, para recibir el
perdón es necesario que lo solicitemos, de lo contrario es imposible recibirlo. Dios no actúa sin respetar nuestras
determinaciones; jamás ha actuado de esa manera, no lo hizo con los ángeles que
se revelaron y tampoco con Adán y Eva, por supuesto que tampoco lo hace con
nosotros.
Toda la historia de la salvación ha tenido un
personaje central actuando y cumpliendo lo necesario para que los hombres
seamos salvos, sin embargo la determinación final la toma cada uno. Es decir cada uno permite o no que esa
salvación sea una realidad. Por ello si
la salvación fuera algo que adquiriéramos con nuestra fuerza, lo único que
debemos hacer es aceptar ser salvados por Dios.
Tomando una decisión personal
El conflicto espiritual entonces se traslada al ámbito
íntimo. Cuando Dios creó al hombre, este
era perfecto en todo, denominamos ese estado como uno de impecabilidad y con la
capacidad incluso de obedecer los mandamientos de Dios. Adán y Eva como humanos son únicos e
igualables a los ángeles perfectos, porque el pecado no tenía control en ellos,
ni en su cuerpo, y sus pasiones porque eran santas, perfectas. Por ello los primeros padres estaban en
condiciones de agradar en todo a Dios.
Sin embargo cuando se introdujo el pecado, la
situación de Adán y Eva cambió dramáticamente.
En primer lugar su condición espiritual se degradó y ahora ya estaban
imposibilitados para agradar a Dios, por ello sus pasiones se vieron
afectadas. El pecado trajo consigo un
condicionamiento en lo físico y aunque vivieron casi mil años, al final
experimentaron la muerte, característica que es resultado exclusivo del
pecado.
Si consideramos con detención el aspecto pernicioso
del pecado y su señorío en todos quienes nacemos en este mundo, podemos
comprender que la lucha espiritual en el nivel íntimo es fuerte. No podemos pensar que estaremos en
condiciones de enfrentarnos solos con pasiones pecaminosas y tendencias al mal
y vencer. Estamos en franca desventaja
para llegar al cielo, por eso es que necesitamos imperiosamente un Salvador
perfecto como Cristo.
Ayuda del
Espíritu Santo
El Espíritu Santo es indispensable. Ya hemos señalado que necesitamos tomar la
decisión para que Cristo nos ayude, su ayuda incluye un poder sobrenatural ofrecido
por Él mismo y que está a disposición de cada persona sincera. El Espíritu Santo entre otras cosas cumple
tres funciones que son elementales para alcanzar la victoria sobre el
pecado. Entre otras cosas el Espíritu
Santo “convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8).
Como puede observar, el Espíritu Santo tiene un accionar directamente con nosotros. A diferencia del ministerio de Cristo, que intercede ante el Padre en el cielo, lo hace con el individuo. Su accionar es ilimitado y disponible para todos los que lo buscan.
De hecho Pablo describe esa acción como
intercesora, pero no ante otro, sino a cada uno para conducirlo en hacer el
bien. Así señala que “el Espíritu Santo
nos ayuda en nuestra debilidad, pues qué hemos de pedir como conviene, no lo
sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles,
más el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu,
porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Romanos8:26,
27). Es entonces el Espíritu Santo un
fundamento trascendental en nuestra lucha diaria por mantenernos cerca de
Cristo.
El Espíritu Santo tiene el interés de atender a
todos, pero, no todos están dispuestos a escuchar su delicada e insistente
voz. Al decidir entregar la voluntad a
Dios es entonces el Espíritu Santo quien nos ayuda para que la promesa del
apóstol Santiago sea una realidad en nosotros: “Someteos, pues, a Dios;
resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:10), Pedro en tanto agrega
que debemos ‘ser sobrios’ y estar ‘velando’, “al cual resistir firmes en la fe”,
porque el adversario, el diablo anda como león rugiente (1Pedro 5: 8,9). Entonces, con la ayuda del Espíritu Santo y
nuestra determinación de entregar a Cristo nuestra voluntad somos fortalecidos
para hacer la voluntad de Dios.
En resumen, comprendemos que vivimos en medio de
una lucha espiritual donde por un lado nacemos en desventaja total para acceder
a Dios y la salvación, y por otro lado tenemos a nuestra mano la salvación que
Jesús ganó al morir y resucitar. Esa
salvación sólo se recibe en la medida que es individualmente aceptada. Somos conscientes que Satanás se ha propuesto la perdición de cada
hijo de Adán y que la única manera de vivir y obtener el triunfo sobre el
pecado radica en la aceptación de Jesús como Salvador y en una entrega consciente
y determinada de nuestra voluntad. En
ese proceso, el Espíritu Santo realiza un trabajo de intercesión en cada hijo
de Dios otorgando fuerza y ayuda sobrenatural para enfrentar la tentación y así
vivir una experiencia de comunión y
dependencia de Cristo.
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