jueves, 8 de noviembre de 2012

Victoria en Cristo


Victoria en Cristo
Por Aarón A. Menares Pavez©

Definitivamente estamos en medio de una lucha en la que somos los conquistados; o somos conquistados por el amor de Cristo o por la naturaleza pecaminosa que es inherente en cada uno de nosotros; logran o la vida o la muerte.  Es en este sentido que al nacer con esta desventaja espiritual, nuestra motivación natural no será estar cerca de Dios sino que dejarnos llevar por las paciones pecaminosas.   Esta lucha sin cuartel tiene a las dos potentes fuerzas que interactúan y que nuestra determinación y voluntad será determinante en el triunfo o fracaso en la vida espiritual.

La voluntad

Hay algunos elementos que haremos bien en considerar y que son necesariamente fundamentales si deseamos que el Señor tome control de nuestra vida.

Libre albedrío

Aunque Dios desea nuestra salvación no actúa a menos que se lo permitamos.  El libre albedrío es una característica virtuosa con la que fuimos creados.  De hecho cada ser inteligente la posee, los ángeles, incluso Satanás y también sus ángeles.  La salvación de hecho, es una gracia o un regalo inmerecido para los hombres, que sólo se activa en la medida que le permitamos al Señor salvarnos.  Por ejemplo, para recibir el perdón es necesario que lo solicitemos, de lo contrario es imposible recibirlo.  Dios no actúa sin respetar nuestras determinaciones; jamás ha actuado de esa manera, no lo hizo con los ángeles que se revelaron y tampoco con Adán y Eva, por supuesto que tampoco lo hace con nosotros.

Toda la historia de la salvación ha tenido un personaje central actuando y cumpliendo lo necesario para que los hombres seamos salvos, sin embargo la determinación final la toma cada uno.  Es decir cada uno permite o no que esa salvación sea una realidad.  Por ello si la salvación fuera algo que adquiriéramos con nuestra fuerza, lo único que debemos hacer es aceptar ser salvados por Dios. 

Tomando una decisión personal
 
El conflicto espiritual entonces se traslada al ámbito íntimo.  Cuando Dios creó al hombre, este era perfecto en todo, denominamos ese estado como uno de impecabilidad y con la capacidad incluso de obedecer los mandamientos de Dios.  Adán y Eva como humanos son únicos e igualables a los ángeles perfectos, porque el pecado no tenía control en ellos, ni en su cuerpo, y sus pasiones porque eran santas, perfectas.  Por ello los primeros padres estaban en condiciones de agradar en todo a Dios.

Sin embargo cuando se introdujo el pecado, la situación de Adán y Eva cambió dramáticamente.  En primer lugar su condición espiritual se degradó y ahora ya estaban imposibilitados para agradar a Dios, por ello sus pasiones se vieron afectadas.  El pecado trajo consigo un condicionamiento en lo físico y aunque vivieron casi mil años, al final experimentaron la muerte, característica que es resultado exclusivo del pecado. 

Si consideramos con detención el aspecto pernicioso del pecado y su señorío en todos quienes nacemos en este mundo, podemos comprender que la lucha espiritual en el nivel íntimo es fuerte.  No podemos pensar que estaremos en condiciones de enfrentarnos solos con pasiones pecaminosas y tendencias al mal y vencer.  Estamos en franca desventaja para llegar al cielo, por eso es que necesitamos imperiosamente un Salvador perfecto como Cristo. 

Ayuda del Espíritu Santo

El Espíritu Santo es indispensable.  Ya hemos señalado que necesitamos tomar la decisión para que Cristo nos ayude, su ayuda incluye un poder sobrenatural ofrecido por Él mismo y que está a disposición de cada persona sincera.  El Espíritu Santo entre otras cosas cumple tres funciones que son elementales para alcanzar la victoria sobre el pecado.  Entre otras cosas el Espíritu Santo “convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8).

Como puede observar, el Espíritu Santo tiene un accionar directamente con nosotros. A diferencia del ministerio de Cristo, que intercede ante el Padre en el cielo, lo hace con el individuo.  Su accionar es ilimitado y disponible para todos los que lo buscan. 

De hecho Pablo describe esa acción como intercesora, pero no ante otro, sino a cada uno para conducirlo en hacer el bien.  Así señala que “el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad, pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles, más el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Romanos8:26, 27).  Es entonces el Espíritu Santo un fundamento trascendental en nuestra lucha diaria por mantenernos cerca de Cristo. 

El Espíritu Santo tiene el interés de atender a todos, pero, no todos están dispuestos a escuchar su delicada e insistente voz.  Al decidir entregar la voluntad a Dios es entonces el Espíritu Santo quien nos ayuda para que la promesa del apóstol Santiago sea una realidad en nosotros: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:10), Pedro en tanto agrega que debemos ‘ser sobrios’ y estar ‘velando’, “al cual resistir firmes en la fe”, porque el adversario, el diablo anda como león rugiente (1Pedro 5: 8,9).  Entonces, con la ayuda del Espíritu Santo y nuestra determinación de entregar a Cristo nuestra voluntad somos fortalecidos para hacer la voluntad de Dios.

En resumen, comprendemos que vivimos en medio de una lucha espiritual donde por un lado nacemos en desventaja total para acceder a Dios y la salvación, y por otro lado tenemos a nuestra mano la salvación que Jesús ganó al morir y resucitar.  Esa salvación sólo se recibe en la medida que es individualmente aceptada.  Somos conscientes que  Satanás se ha propuesto la perdición de cada hijo de Adán y que la única manera de vivir y obtener el triunfo sobre el pecado radica en la aceptación de Jesús como Salvador y en una entrega consciente y determinada de nuestra voluntad.  En ese proceso, el Espíritu Santo realiza un trabajo de intercesión en cada hijo de Dios otorgando fuerza y ayuda sobrenatural para enfrentar la tentación y así vivir una experiencia  de comunión y dependencia de Cristo.

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