lunes, 22 de octubre de 2012

La perfecta obra de salvación


La perfecta obra de salvación
Por Aarón A. Menares Pavez©


Muchos observan sus vidas atendiendo a una realidad de total independencia a conceptos como pecado, perdón, justificación, santificación, redención o glorificación.  En su cosmovisión no existe más mal que la necia conducta de algunos que lamentablemente afecta a otros.  A nuestro juicio, existe una ausencia de conciencia sobre lo que es pecado; estableciendo parámetros sociales y humanistas sobre lo que es bueno y lo que es malo.

Sin embargo una buena conducta no evita lo malo del pecado, definitivamente el pecado es mucho más que una mala conducta.  El pecado es el antagonista de la historia entre el bien y el mal y que apareció en un contexto de perfección y pureza, y que su alcance ha sido desastroso a tal nivel de producir la muerte.

En el conflicto entre el bien y el mal, no solo está en juego la buena conducta y la vida; aunque la vida y la buena conducta son valores deseables, el mal trajo como consecuencia un desequilibrio que ningún ser humano puede evitar.

Nos parece necesario responder de manera sencilla algunas preguntas como ¿qué es el pecado? ¿Qué es la justificación? ¿Qué es la santificación? ¿Cómo se vive  la experiencia cristiana?

¿Qué es el pecado?
La Biblia define el pecado como “infracción a la ley” (1Juan 3:4), eso se ratifica con lo sucedido en Edén cuando Adán y Eva accedieron libremente al pecado fue cuando desobedecieron las indicaciones de Dios y comieron del fruto prohibido.  Sin embargo el pecado más que la desobediencia tiene una connotación de irreverencia y de arrogancia frente a Dios.  Eso es puntualmente lo sucedido en el cielo cuando Lucifer se reveló ante el gobierno perfecto liderado por Dios,  el pecado es separación de Dios, es anular la autoridad divina en quienes hemos sido creados por Él. 

Otra definición que entrega la Palabra de Dios tiene que ver con saber hacer lo bueno y no hacerlo (Santiago 4:17), esta realidad también incluyó a los ángeles que se revelaron incluyendo a Lucifer y a nuestros primeros padres. También por supuesto nos incluye a los que nos consideramos cristianos.

El último elemento relacionado a lo que es pecado puede sorprendernos, este último puede llegar a ser el más importante para una comprensión práctica sobre lo que es el pecado y sus consecuencias.  Pablo que explica muy bien lo que es pecado y sus consecuencias, también lo hace sobre la vida victoriosa en Cristo.  El apóstol presenta a nuestro juicio una tercera definición sobre lo que es el pecado, Pablo refiriéndose a la duda concluye que “todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14:23).

¿Cómo relaciono esto a mi vida cristiana? Un factor determinante tanto en la caída de Lucifer, los ángeles y Adán, tuvo como denominador, la desconfianza y la falta de fe.  Lucifer puso en duda la soberanía de Dios y se puso en su lugar –o lo intentó-, en el caso de Adán y Eva fue similar y como resultado de ello  fue la caída. 

La misma situación acontece con nosotros hoy, ya que nos acostumbramos cada vez más a ser quienes determinamos que es lo bueno y lo malo e ignoramos el patrón establecido en la Biblia.

 Al parecer nuestra compasión humanitaria e igualitaria, nos ha conducido a establecer parámetros basados en el hombre y no en Dios.  Esto ha traído como consecuencia el cumplimiento de las palabras de Isaías, “¡Hay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz, que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Isaías 5:20). 

El no reconocimiento sobre lo que es el pecado impide que los pecadores tengan acceso al perdón; el no reconocimiento sobre lo que es pecado impide también que el Espíritu Santo pueda obrar convenciéndonos de pecado (Juan 16:8). 

¿Qué es la justificación?
Dicho de una manera muy sencilla, justificación por la fe es declarar justo a quien no lo es.  Pero ¿de qué debemos ser justificados?  No podemos olvidar que la condición pecaminosa es conducente a la muerte y no solo ello, también a toda desgracia y que por lo tanto ningún buen acto puede evitar sus consecuencias. El pecado entonces es un obstáculo entre nosotros y Dios, imposible de franquear, por ello es que necesitamos de una ayuda sobrenatural.

¿Qué hizo Dios entonces?  La solución al problema del pecado no estaba en ningún ser creado, porque nadie estaría en condición de cumplir y rescatar al pecador.  El apóstol Juan tiene una visión maravillosa del trono, allí ve a Dios, sentado y un libro sellado, al parecer la información del libro es tan importante y que tiene relación con la salvación de los hombres; el apóstol observa y no encuentra a nadie ‘digno’ de abrir y desatar los sellos del libro, pero, uno de los ancianos le señala que el Cordero degollado es ‘digno’ de cumplir con la historia de la salvación (Apocalipsis 5:5, 6).

Así entonces la única solución trajo como consecuencia que Dios en la persona de su Hijo se hiciera hombre para poder morir y  recibir la paga del pecado que es muerte (Romanos 6:23); Dios en su Hijo recibe su propio ajusticiamiento. Esta maravillosa entrega, dejó el cielo en silencio cuando Jesús murió; su muerte hizo que experimentara la separación de su Padre a causa del pecado y así vencerlo y su consecuencia más dramática como es la muerte.

Al morir Jesús y posteriormente resucitar gloriosamente trajo consigo la bienaventurada esperanza a los pecadores que deseen el perdón y la vida eterna.  Por ello el pecado es más que actos pecaminosos, estos son resultados de una condición en desventaja.  Pecamos porque somos pecadores y no somos pecadores por el hecho de cometer pecado, algunos confunden este punto y jamás logran encontrar descanso en Jesús, porque luchan y luchan para lograr la victoria y basando su  experiencia en los actos buenos o malos.  Sin embargo esto trae como consecuencia un alejamiento de la fuente de poder que es Jesús.

La justificación es entregar justicia a quien por naturaleza no lo es.  Ese es el caso de cada uno de nosotros que desde el punto de vista bíblico somos pecadores y condenados a morir.  Este es el gran  frente de batalla en el gran conflicto, porque seremos conducidos a confiar más en nuestros parámetros que en los parámetros que el Señor entrega.

Así entonces “justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).

¿Qué es la santificación? 
Intentaremos describir en primer lugar lo que no es santificación.  Primero la santificación no tiene que ver con misticismo y con  santidad lograda por estar solos llevando un estilo de vida de autosacrificio.  Cabe destacar que el único sacrificio necesario a considerar es el que realizó Cristo cuando murió en la cruz del Calvario.  Ningún sacrificio nuestro nos es apto para alcanzar y recibir la salvación; por ello es que la justificación es una realidad en quien lo desee.  La santificación viene a ser un resultado de la justificación, es decir, si somos perdonados y justificados por la fe, entonces nuestra vida manifiesta un evidente cambio de estilo, gracias a la obra de Cristo al morir y del Espíritu Santo que trabaja en nuestra mente conduciéndonos a Cristo.

La carta de Gálatas describe las dos vidas, la primera antes del encuentro con Jesús y la segunda lo que acontece con el creyente que lo recibe como Salvador.  En la descripción de la vida sin Cristo, se habla de los deseos de la carne, que incluye; adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, … “más el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:17-24).  La santificación se logra en una búsqueda incesante de una relación de comunión con Jesús, de lo contrario los efectos serán negativos porque se basarán en la capacidad humana y lamentablemente la capacidad humana está limitada por el pecado.

¿Cómo se vive la vida del cristiano?  La respuesta a esta pregunta se basa en una comunión de intimidad, dependencia y confianza en Cristo. Esa comunión se establece en la medida que aprendemos a caminar con Él, esta experiencia se logra con tres elementos que se  conjugan íntimamente, estos son: El estudio sistemático de la Biblia, la oración y la testificación.

La Biblia.  No podemos decir que somos hijos de Dios si desechamos la única manera por la que Dios se comunica con nosotros.  La Biblia como revelación de Dios es todo lo necesario que tenemos para acceder a los beneficios que Él ganó para nosotros.  Esos beneficios sólo pueden ser obtenidos en la medida que lo buscamos como nuestro Salvador y Señor.  Algunos creen que la misericordia divina es tan grande que nadie se perderá, pero eso no es así.  La salvación no es de carácter universalista, sino que está al alcance de todos, pero no es para todos. 

Uno de los textos más conocidos describe esta realidad. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16).  Acá está la clave en nuestra comprensión, sólo quien crea en Él tendrá la vida eterna, quien no acepta a Jesús como su Salvador, no será salvo.

¿Se da cuenta que no existe universalidad en la salvación? 

La oración. Si por medio de la Biblia, encontramos la Palabra de Dios como alimento espiritual, la oración es nuestra respuesta en comunión.  Por medio de la oración accedemos al trono de gracia y nos comunicamos directamente con Dios, allí podemos expresar nuestra necesidad y debilidades, aquellos detalles en  que aún somos débiles y que necesitamos de su ayuda.

Testificación.  La testificación, tiene dos elementos, el primero tiene que ver con la comunión entre los unos con los otros.  Para ello es que los cristianos asistimos a la iglesia, donde oramos, cantamos y escuchamos un mensaje.  La iglesia es el lugar donde adoramos junto a otros fieles, que también comparten nuestra condición pecaminosa y que necesitan tanto como nosotros a Dios.

El segundo elemento tiene que ver con compartir con otros lo que creemos y mucho más que eso, compartir con otros lo que Dios ha hecho por nosotros en este proceso de reinserción a la vida de dependencia de Dios.  Ser cristiano y no compartir las maravillas hechas por Dios, hace un cristianismo que posiblemente se extinguirá en el tiempo.

En conclusión, la obra perfecta de salvación es completa.  Ofrece lo que nosotros no podemos lograr con nuestra fuerza, ofrece el perdón, ofrece una nueva vida en Cristo y esa vida en comunión con Él y con otros.  Finalmente cuando Cristo regrese dará a cada uno la glorificación y por fin el pecado ya no será un obstáculo entre Dios y nosotros.

 

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