martes, 24 de abril de 2012

Predicación por testimonio


Predicación por testimonio
Por Aarón A. Menares Pavez©

El mensaje evangélico  como tal  se caracteriza porque obra un poder regenerador, santificador y sobrenatural.  El ministerio de Cristo dejó como ejemplo un estilo de vida distintivo  y que lo identifico con el mensaje que entregaba.  En la vida de Jesús jamás hubo un doble discurso, muy por el contrario su discurso era coincidente con su manera de vida y forma de enfrentar cada día.  Su relación con los demás se caracterizó por su pasión en salvarlos y de rescatarlos de la miseria.

La indicación que les entregara antes de ascender al cielo a los discípulos es contundente, “me seréis testigos” (Hechos 1:8), entregando así una clara indicación sobre la forma más efectiva en la predicación.  La testificación tiene que ver con entregar a manera de una comunicación no verbal lo que somos en realidad.  El testigo tiene algo que contar y es feliz compartiendo las maravillas que Dios ha hecho y hace en su vida; es un testimonio vivo de la regeneración y el perdón, por ello se goza en compartir su experiencia a otros.

Acá hay que hacer una sabia distinción, cuando hablamos de una predicación a través del estilo de vida no nos referimos a algo forzado y estructurado.  Como seguidores de Jesús adoptamos voluntariamente los principios bíblicos y hacemos de ellos parte de nuestra manera de vivir.  Sin embargo haríamos muy mal en llevar una doble vida.  Nuestro objetivo primario está en la contemplación de Cristo, eso es posible en la medida que nuestra relación basada en la comunión se consolida a través de la lectura reflexiva de la Biblia y la oración, es decir, llegar a experimentar intimidad con Dios.

Por el contrario, si se lleva un estilo de vida y no es consecuente con una comunión estrecha e íntima con Dios, lo más probable es que el testimonio no tendrá poder y seremos cristianos infelices. 

Los creyentes de Corinto, llegaron a experimentar esta realidad, por ello es que Pablo los destaca como una ‘carta de presentación’ (2Corintios 3:2).  Su testimonio era concordante con lo que predicaban.  Este es el ideal para nosotros hoy también, necesitamos llevar un estilo de vida que en sí sea una predicación. 

Cuando Abraham recibió el llamado de parte de Dios fue parte de la bendición divina y junto con ello portador de bendición para otros (Génesis 12:2).  Si consideramos la experiencia de Abraham, que era una bendición no solo por su condición de raíz genética mesiánica, sino por lo que representaba para quienes se relacionaron con él.  Podemos asumir nuestra responsabilidad al ser bendición para otros, piense que sólo por el hecho que usted viva en determinado barrio, trae bendición a sus vecinos, o en su trabajo, su presencia trae bendición a su trabajo.  Eso se nota porque usted y yo somos especiales.  Hemos sido comprados por Jesucristo para redención y somos parte de un plan maravilloso en el que se espera que muchos reciban la salvación.

Adaptación y la predicación
Pablo junto con aprender a vivir la vida en Cristo (Gálatas 2:20), estratégicamente atendió las personas sin importar quienes eran y lo que creían.  Este es un buen ejemplo, porque necesitamos llegar a todo tipo de personas.  Pablo señala con claridad que se  ha “hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley… como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley… para ganar a los que están sin ley.  Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” (2Corintios 9:20-22).  Esta estrategia de contextualizarse puede mal interpretarse y conducirnos por caminos equivocados, sin embargo bien aplicada es una excelente estrategia misional.

Al contextualizarnos no podemos pasar a llevar algún principio, porque de ser así quebraríamos la comunión de intimidad con Dios y ya no seríamos los embajadores de Cristo.  Piense en lo potente que sería su predicación en su barrio, si se entremezcla sabia y adecuadamente en la comunidad, imagine cuanta gente conocería a ese Jesús que ha cambiado su vida.

Por otro lado si en su trabajo o universidad, o escuela hay una identificación con las necesidades de los otros, posiblemente más de uno estaría interesado en conocer de donde proviene eso especial que se manifiesta en su vida.

Salvos para salvar
Una de las características de nuestra sociedad posmodernista es la soledad.  Hay muchas personas que requieren con urgencia nuestra atención.  Dios no desea cristianos ensimismados y místicos.  Recuerde que la espiritualidad también es utilizada por el enemigo y sus estrategias son muy potentes, debido a que también manifiesta poder sobrenatural.  Por ello es que nuestra espiritualidad y santidad debería estas centrada en Dios y no en nosotros.  Una espiritualidad centrada en el hombre –antropocentrismo-, se identificará con las limitaciones y sensaciones del hombre.  En tanto una espiritualidad centrada en Dios –teocentrismo-, experimentará día a día la presencia regeneradora y conductora del Espíritu Santo.

Recuerde que aunque estamos en el mundo no somos parte de él (Juan 17:11), pero aún estamos aquí.  Estar en el mundo quiere decir que participamos de la vida en el mundo, sin embargo somos distintos porque no somos del mundo.  Esta es la diferencia, aunque estamos en el mundo no somos del mundo.  Por ellos es que somos testigos de nuestra nueva ciudadanía, somos testigos del perdón, de la transformación; somos testigos de lo que Dios ha hecho en nosotros y por nosotros; entonces existe argumento para compartir con otros cuán grandes cosas ha hecho el Señor por nosotros.

La mujer samaritana
El relato de Jesús junto al pozo de Jacob y su encuentro con la mujer samaritana, es un gran ejemplo de lo que hace un testigo.  Luego que Jesús le entregó su mensaje esperanzador, “la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres; venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No es este el Cristo?” (Juan 4:29).  La mujer estaba tan feliz de haber encontrado al Mesías, que salió a compartir ese gozo.  Esta es la experiencia de los testigos.  No son extraños y místicos personajes que no se ‘contaminan’ con la gente.  Por el contrario, se mezclan para ser una bendición y así cumplir las promesas divinas.

Nuestra iglesia requiere de más testigos, requiere de más personas que estén dispuestas a testificar del perdón, de la regeneración y del plan redentor de parte de Dios para la humanidad.  Necesitamos involucrarnos también en el quehacer de las personas, así al igual que Abraham seremos bendición para otros.  Entonces seremos testigos del amor de Dios.

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