lunes, 9 de abril de 2012

El sacerdocio de todos los creyentes


El sacerdocio de todos los creyentes

Cuando pensamos en la iglesia lo hacemos como la depositaria de las bondades y misericordias de parte de Dios para los hombres; la oportunidad de salvación.  La iglesia como tal es el conjunto de personas que han aceptado a Jesús como su Salvador.  Desde este punto de vista, no es la organización o estructura oficial, ni el o los edificios; sino las personas, los que se congregan.

En el Antiguo Testamento se requería por una cuestión de forma y formación que unos ministrasen por otros.  Existía todo un esquema ilustrador sobre la estrategia redentora, que exigía tener intermediarios entre los individuos y Dios.  Estos intermediarios eran los sacerdotes; que eran los encargados de cumplir todo un sistema de sacrificios que apuntaban a la muerte de Cristo.  Incluso la vida de ellos era una ilustración en vida de la vida y el ministerio del Señor a favor de su pueblo.  Sin embargo una vez que Cristo murió, ya no fue más necesaria esta manera de ministrar, así se desprende que al momento de morir Jesús, el velo del templo se rasgo en dos (Mateo 27:51).

El Nuevo Testamento, en tanto complementa la historia, porque presenta el cumplimiento profético en la persona de Jesús y su muerte y además con ese cumplimiento también había llegado a su fin todo un sistema de acceso a Dios por medio de intermediarios humanos como lo fueron los sacerdotes.  Todo el proceso ilustrativo había sido cumplido con la muerte y final resurrección de Cristo.  De manera tal que ahora la responsabilidad de ministrar no era de un grupo selecto, sino de cada creyente.

‘Linaje escogido, real sacerdocio’
El argumento de Pedro sobre la conformación del ministerio es clave para nuestra comprensión sobre el tema.  El apóstol señala con claridad que la piedra de ángulo es Cristo y no otro (1Pedro 2: 7), también evidencia que ahora el pueblo de Dios, -es decir la iglesia-, es depositaria  por elección de cumplir un ministerio santo.  “Más vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santo, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (v.9), Pedro toma de Isaías (43: 20, 21) la idea de escogido, la que a partir del siglo II comenzó a ser usada como una expresión que identifica a los creyentes en todo el mundo.

El hecho es que los que aceptan a Jesús como su Salvador sean considerados como ‘real sacerdocio’, ‘linaje escogido’, o ‘nación santa’, asigna un componente que lo distingue del sistema de culto y aproximación a Dios que ocurría en el sistema del Antiguo Testamento, recordemos que los penitentes dependían de los sacerdotes para efectuar la ofrenda y  así obtener el perdón de sus pecados. En tanto ahora, y gracias a la obra de redención efectuada por Cristo, los creyentes no necesitan de un intercesor humano para acceder al perdón divino, ahora es posible que todos ‘los creyentes’ acudan directamente a Dios, por los méritos de Cristo. En Apocalipsis en tanto, los fieles son considerados como reyes y sacerdotes, y participantes de la primera resurrección (Apocalipsis 5:10; 20:6), fortaleciendo este concepto.

Las palabras de Pedro señalan que ahora todos los creyentes tienen esa virtud en un sacerdocio completo en el gran Sacerdote que es Cristo, por ello ya no requerían más de la intervención de otro ser humano igual de pecador que los penitentes.  Sin embargo este hecho de acceso a Dios directo por los méritos de Cristo es una parte, porque también se entrega la responsabilidad de ministrar en la iglesia de Cristo.

Cuando Lutero se levanta a proclamar la doctrina del Sacerdocio de todos los creyentes, lo hace  en base a lo que acontecía en el seno de la iglesia, donde algunos ministraban a otros y estaban en una posición de privilegio en relación del pueblo.  Los sacerdotes recibían el privilegio de ser los únicos a quienes se les había conferido la función de ministrar a la iglesia.  Ello incluía que para pedir perdón, había que recurrir también a un sacerdote para que el perdón fuera efectivo.  Lutero se rebela contra ello porque ya no era más necesario acudir a otro ser humano porque Cristo era el gran sacerdote y el acceso a Él estaba garantizado.  Sin embargo y aunque agradecemos el ministerio de Lutero, una parte de esta reforma no se hizo por completa.  Aunque los creyentes sí aprendieron a dirigirse directamente a Dios por medio de Jesucristo, y eso fue fundamental para la comprensión práctica del evangelio; todavía la iglesia continuó dividida entre los clérigos y el laicado.

El Nuevo Testamento no deja dudas sobre este tema.  Los creyentes son hechos ‘reyes y sacerdotes’ para Dios.  No es una atribución para un grupo selecto dentro del pueblo, porque todo el pueblo fue adquirido por Dios con la sangre de Cristo (Hebreos 20:28)

Pablo en tanto, recuerda  a los creyentes su ‘llamado santo’ (2Timoteo 1:9) y su ‘ministerio’ (2Corintios 5:18, 19).  Con ello podemos comprender que la división entre el clero y los laicos no existe.  Dicho de una manera muy sencilla, todo somos clero y todos somos laicos.  Ambas palabras aparecen en el Nuevo Testamento, sin embargo siempre están referidas al mismo grupo, los llamados.  “Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Hablaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo (laos)” (2Corintios 6:16).  En 2 Pedro 5:3 encontramos que el autor exhorta a los ancianos a no considerarse como teniendo “señorío sobre los que están a vuestro cuidado (cleros, ‘siendo ejemplos de la grey’).

Todos ministros
De acuerdo a lo señalado, ministrar la iglesia no es de exclusividad para los ministros que en función de su labor lideran la iglesia.  Esto no hace de los dirigidos meros oyentes y meros espectadores.  Pablo señala que los creyentes deben ser equipados “para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:12), el apóstol habla de perfeccionar, o equipar a los santos –todos-, para la obra del ministerio, no es una virtud que solo algunos pueden tener.

Ministros y laicos
Uno de los problemas más evidentes que tienen nuestras congregaciones actualmente  tiene que ver con la no comprensión del Sacerdocio de todos los creyentes y por ende el cumplimiento de la obra del ministerio se ve afectado.  Se evidencia que los ministros son aquellos que asistieron al Seminario y han sido contratados formalmente para liderar la iglesia, y que los laicos son los dirigidos en las congregaciones locales.  Aunque técnicamente esto es así,  habría que complementar el discurso señalando que los ‘dirigidos’ tienen tanta responsabilidad en la obra del ministerio que quienes son los ‘dirigentes’.  Porque de una u otra forma, los ministros pastores que viven del evangelio, son tanto clero como laico; lo mismo sucede con los ministros locales, son tanto laicos, como clero.  La diferencia está en la función que la iglesia entrega y esa función conlleva responsabilidades puntuales a cada uno.  En el caso de los pastores, su responsabilidad abarca más de una congregación y se agregan funciones administrativas, en tanto los ministros locales se circunscriben a su congregación.

Ante esto nos preguntamos, ¿por qué hay congregaciones que están muertas literalmente y que mantienen una asistencia tan solo de algunos?  Esto se debe en primer lugar a la mala comprensión de la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes.  La mayoría ha visto en los pastores, los sustentadores de la obra en general; sin embargo esta idea se contradice con los postulados del Nuevo Testamento. 

Si cada creyente asume su responsabilidad para con la obra del ministerio, entonces cada vez habrá una menor dependencia del liderazgo pastoral en el accionar y cumplimiento de la obra del ministerio en la iglesia local.  Por otro lado esto no quiere decir que las iglesias ya no deban relacionarse con los pastores; esto sería nefasto y no cumpliría con los parámetros que el Nuevo Testamento tiene para el liderazgo y la administración de la iglesia.  Los líderes de la iglesia apostólica hacían la obra de liderazgo pastoral que abarcaba varias congregaciones y dependía de manera importante del liderazgo local. 

Si la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes la relacionamos con la de los dones espirituales, deberíamos asumir que la responsabilidad individual de cada creyente debe ser efectiva en su congregación local.  No es posible que existan congregaciones que no cumplan con su misión, porque el pastor no está visiblemente en su totalidad, eso es imposible, a menos que existan pastores que atiendan una sola congregación como sucede en algunas latitudes.  Esto también puede ser un extremo que podría ser poco saludable porque hace de los ‘dirigidos’, -que también son ministros-, meros espectadores y no actores en el cumplimiento de la obra del ministerio. 

El modelo neotestamentario da cuenta de iglesias que eran lideradas por los apóstoles; pero que eran conducidas por los ministros locales. 

Este es el ideal para nuestras congregaciones.  Dios bendice el liderazgo de cada ministro para la edificación de la iglesia (Efesios 4:16); nunca para la edificación propia.  Por lo que si cada hijo de Dios, llamado por Jesucristo a ser una nueva criatura y miembro de la iglesia asume su responsabilidad como un mandato divino, tendrá un ministerio productivo y repleto de satisfacciones para la iglesia, que también son satisfacciones personales porque Dios actúa en su misericordia en cada ministro de la iglesia.

1 comentario:

  1. ME PODRIA DAR ALGUNOS TITULOS DE BIBLIOGRAFIA QUE HABLEN SOBRE ESE TEMA

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