El sacerdocio de
todos los creyentes
Cuando pensamos en la iglesia lo
hacemos como la depositaria de las bondades y misericordias de parte de Dios
para los hombres; la oportunidad de salvación.
La iglesia como tal es el conjunto de personas que han aceptado a Jesús
como su Salvador. Desde este punto de
vista, no es la organización o estructura oficial, ni el o los edificios; sino
las personas, los que se congregan.
En el Antiguo Testamento se
requería por una cuestión de forma y formación que unos ministrasen por
otros. Existía todo un esquema ilustrador
sobre la estrategia redentora, que exigía tener intermediarios entre los
individuos y Dios. Estos intermediarios
eran los sacerdotes; que eran los encargados de cumplir todo un sistema de
sacrificios que apuntaban a la muerte de Cristo. Incluso la vida de ellos era una ilustración
en vida de la vida y el ministerio del Señor a favor de su pueblo. Sin embargo una vez que Cristo murió, ya no
fue más necesaria esta manera de ministrar, así se desprende que al momento de
morir Jesús, el velo del templo se rasgo en dos (Mateo 27:51).
El Nuevo Testamento, en tanto
complementa la historia, porque presenta el cumplimiento profético en la
persona de Jesús y su muerte y además con ese cumplimiento también había
llegado a su fin todo un sistema de acceso a Dios por medio de intermediarios humanos
como lo fueron los sacerdotes. Todo el
proceso ilustrativo había sido cumplido con la muerte y final resurrección de
Cristo. De manera tal que ahora la
responsabilidad de ministrar no era de un grupo selecto, sino de cada creyente.
‘Linaje escogido, real sacerdocio’
El argumento de Pedro sobre la
conformación del ministerio es clave para nuestra comprensión sobre el tema. El apóstol señala con claridad que la piedra
de ángulo es Cristo y no otro (1Pedro 2: 7), también evidencia que ahora el
pueblo de Dios, -es decir la iglesia-, es depositaria por elección de cumplir un ministerio
santo. “Más vosotros sois linaje
escogido, real sacerdocio, nación santo, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis
las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (v.9),
Pedro toma de Isaías (43: 20, 21) la idea de escogido, la que a partir del
siglo II comenzó a ser usada como una expresión que identifica a los creyentes
en todo el mundo.
El hecho es que los que aceptan a
Jesús como su Salvador sean considerados como ‘real sacerdocio’, ‘linaje
escogido’, o ‘nación santa’, asigna un componente que lo distingue del sistema
de culto y aproximación a Dios que ocurría en el sistema del Antiguo
Testamento, recordemos que los penitentes dependían de los sacerdotes para
efectuar la ofrenda y así obtener el
perdón de sus pecados. En tanto ahora, y gracias a la obra de redención
efectuada por Cristo, los creyentes no necesitan de un intercesor humano para
acceder al perdón divino, ahora es posible que todos ‘los creyentes’ acudan
directamente a Dios, por los méritos de Cristo. En Apocalipsis en tanto, los
fieles son considerados como reyes y sacerdotes, y participantes de la primera
resurrección (Apocalipsis 5:10; 20:6), fortaleciendo este concepto.
Las palabras de Pedro señalan que
ahora todos los creyentes tienen esa virtud en un sacerdocio completo en el
gran Sacerdote que es Cristo, por ello ya no requerían más de la intervención
de otro ser humano igual de pecador que los penitentes. Sin embargo este hecho de acceso a Dios
directo por los méritos de Cristo es una parte, porque también se entrega la
responsabilidad de ministrar en la iglesia de Cristo.
Cuando Lutero se levanta a
proclamar la doctrina del Sacerdocio de todos los creyentes, lo hace en base a lo que acontecía en el seno de la
iglesia, donde algunos ministraban a otros y estaban en una posición de
privilegio en relación del pueblo. Los
sacerdotes recibían el privilegio de ser los únicos a quienes se les había
conferido la función de ministrar a la iglesia.
Ello incluía que para pedir perdón, había que recurrir también a un
sacerdote para que el perdón fuera efectivo.
Lutero se rebela contra ello porque ya no era más necesario acudir a
otro ser humano porque Cristo era el gran sacerdote y el acceso a Él estaba
garantizado. Sin embargo y aunque
agradecemos el ministerio de Lutero, una parte de esta reforma no se hizo por
completa. Aunque los creyentes sí
aprendieron a dirigirse directamente a Dios por medio de Jesucristo, y eso fue
fundamental para la comprensión práctica del evangelio; todavía la iglesia
continuó dividida entre los clérigos y el laicado.
El Nuevo Testamento no deja dudas
sobre este tema. Los creyentes son
hechos ‘reyes y sacerdotes’ para Dios.
No es una atribución para un grupo selecto dentro del pueblo, porque
todo el pueblo fue adquirido por Dios con la sangre de Cristo (Hebreos 20:28)
Pablo en tanto, recuerda a los creyentes su ‘llamado santo’ (2Timoteo
1:9) y su ‘ministerio’ (2Corintios 5:18, 19).
Con ello podemos comprender que la división entre el clero y los laicos
no existe. Dicho de una manera muy
sencilla, todo somos clero y todos somos laicos. Ambas palabras aparecen en el Nuevo
Testamento, sin embargo siempre están referidas al mismo grupo, los llamados. “Porque vosotros sois el templo del Dios
viviente, como Dios dijo: Hablaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos
serán mi pueblo (laos)” (2Corintios 6:16).
En 2 Pedro 5:3 encontramos que el autor exhorta a los ancianos a no
considerarse como teniendo “señorío sobre los que están a vuestro cuidado (cleros,
‘siendo ejemplos de la grey’).
Todos ministros
De acuerdo a lo señalado,
ministrar la iglesia no es de exclusividad para los ministros que en función de
su labor lideran la iglesia. Esto no
hace de los dirigidos meros oyentes y meros espectadores. Pablo señala que los creyentes deben ser
equipados “para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de
Cristo” (Efesios 4:12), el apóstol habla de perfeccionar, o equipar a los
santos –todos-, para la obra del ministerio, no es una virtud que solo algunos
pueden tener.
Ministros y laicos
Uno de los problemas más
evidentes que tienen nuestras congregaciones actualmente tiene que ver con la no comprensión del Sacerdocio de todos los creyentes y por ende el
cumplimiento de la obra del ministerio se ve afectado. Se evidencia que los ministros son aquellos
que asistieron al Seminario y han sido contratados formalmente para liderar la
iglesia, y que los laicos son los dirigidos en las congregaciones locales. Aunque técnicamente esto es así, habría que complementar el discurso señalando
que los ‘dirigidos’ tienen tanta responsabilidad en la obra del ministerio que
quienes son los ‘dirigentes’. Porque de
una u otra forma, los ministros pastores que viven del evangelio, son tanto clero
como laico; lo mismo sucede con los ministros locales, son tanto laicos, como clero. La diferencia está en la función que la
iglesia entrega y esa función conlleva responsabilidades puntuales a cada uno. En el caso de los pastores, su
responsabilidad abarca más de una congregación y se agregan funciones
administrativas, en tanto los ministros locales se circunscriben a su
congregación.
Ante esto nos preguntamos, ¿por
qué hay congregaciones que están muertas literalmente y que mantienen una
asistencia tan solo de algunos? Esto se
debe en primer lugar a la mala comprensión de la doctrina del sacerdocio de
todos los creyentes. La mayoría ha visto
en los pastores, los sustentadores de la obra en general; sin embargo esta idea
se contradice con los postulados del Nuevo Testamento.
Si cada creyente asume su
responsabilidad para con la obra del ministerio, entonces cada vez habrá una menor
dependencia del liderazgo pastoral en el accionar y cumplimiento de la obra del
ministerio en la iglesia local. Por otro
lado esto no quiere decir que las iglesias ya no deban relacionarse con los
pastores; esto sería nefasto y no cumpliría con los parámetros que el Nuevo
Testamento tiene para el liderazgo y la administración de la iglesia. Los líderes de la iglesia apostólica hacían
la obra de liderazgo pastoral que abarcaba varias congregaciones y dependía de
manera importante del liderazgo local.
Si la doctrina del sacerdocio de
todos los creyentes la relacionamos con la de los dones espirituales,
deberíamos asumir que la responsabilidad individual de cada creyente debe ser
efectiva en su congregación local. No es
posible que existan congregaciones que no cumplan con su misión, porque el
pastor no está visiblemente en su totalidad, eso es imposible, a menos que
existan pastores que atiendan una sola congregación como sucede en algunas
latitudes. Esto también puede ser un
extremo que podría ser poco saludable porque hace de los ‘dirigidos’, -que
también son ministros-, meros espectadores y no actores en el cumplimiento de
la obra del ministerio.
El modelo neotestamentario da
cuenta de iglesias que eran lideradas por los apóstoles; pero que eran
conducidas por los ministros locales.
Este es el ideal para nuestras
congregaciones. Dios bendice el
liderazgo de cada ministro para la edificación de la iglesia (Efesios 4:16);
nunca para la edificación propia. Por lo
que si cada hijo de Dios, llamado por Jesucristo a ser una nueva criatura y
miembro de la iglesia asume su responsabilidad como un mandato divino, tendrá
un ministerio productivo y repleto de satisfacciones para la iglesia, que
también son satisfacciones personales porque Dios actúa en su misericordia en
cada ministro de la iglesia.
ME PODRIA DAR ALGUNOS TITULOS DE BIBLIOGRAFIA QUE HABLEN SOBRE ESE TEMA
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