miércoles, 20 de julio de 2011

Un santuario en medio del pueblo

Un santuario en medio del pueblo
Por Aarón A. Menares Pavez©
Profesor de Teología Universidad Adventista de Chile

Es una constante en toda la Biblia el hecho que Dios desea interactuar con su creación. Si decimos que Dios es amor, entonces podemos inferir que ese amor es una cualidad divina por ello se relaciona. Se relaciona entre sí, como Padre, Hijo y Espíritu Santo, lo hace con sus ángeles y también con nosotros, aún en el estado pecaminoso. Es más toda la estrategia misional divina tiene como objetivo el restablecer el nexo roto por el pecado.

La indicación por parte de Dios es demasiado clara para que exista confusión: “Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos” (Éxodo 25:8). El pueblo está en el desierto, viviendo en tiendas. Sin embargo eso no quería decir que estaban abandonados en la soledad; Dios estaría allí en medio de ellos. Ahora, la propuesta divina incluye por lo menos dos cosas, primero, Dios deseaba estar con ellos, en segundo lugar el pueblo de Israel, debía aprender a relacionarse en comunión con Él y adorarlo.

En este sentido podemos hoy aplicar estos dos elementos en nuestra comunión con Dios.

Dios en medio de nosotros
Juan describe a Jesús como un regalo para la humanidad, “porque de tal manera amo Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16) ¿Por qué Dios insiste incansablemente en darse a sí mismo? Este es el tipo de relación que busca con sus criaturas. Así como los israelitas podían ver la presencia divina en medio del santuario, hoy podemos también disfrutar su presencia en medio nuestro por medio de Jesús. Entonces cabe una pregunta ¿cuán real es la presencia de Jesús hoy? ¿Cómo podemos vislumbrar esa constante comunión con Él?

Por medio de una comunión constante con Jesús podemos internalizar en nuestra mente y corazón su voluntad y de esa manera permitir que el Espíritu Santo moldee según sus propósitos nuestras vidas. Esta es la única manera por la que corazones hostiles y orgullosos pueden ser modificados y edificados a su imagen. La presencia de Jesús calma, da aliento al alma, es como señala David, “nada me faltará” (Salmos 23:1), porque Él es el sustento de toda vida.

La presencia de Dios en el santuario hacía una diferencia muy significativa para Israel. Era la señal visible de la presencia de su Dios. Israel venía de Egipto, donde fueron testigos de manifestaciones demoníacas, similares a las imitaciones de los encantadores cuando Moisés se enfrentaba a Faraón. Los pueblos paganos con los que se encontró Israel en el desierto, también eran paganos, sin embargo la presencia divina hacía la diferencia.

Esta diferencia es notable debido a la plena presencia divina. Podemos notar que el Dios de Israel era y es el único Dios existente; eso es más que significativo. Dios quería dejarles muy claro que estaría con ellos cada día y cada noche. Durante el día les acompañaba visiblemente en el tabernáculo y en medio de la nube para así protegerles del calor; de noche también en medio del tabernáculo y en la nube, esta vez para protegerles del frío.

En nuestra comunión con Dios, también podemos contar con su presencia. A diferencia del tiempo de Israel, lo hace en nuestros corazones y cuenta con la determinación de cada uno. En este sentido la libre acción del hombre le permite establecer una comunión de confianza y dependencia con Dios. De esa manera, Cristo y su presencia se hacen reales. Así, nos relacionamos en comunión con un Dios que es trascendente, porque es grande, inmenso e inalcanzable, pero también un Dios inmanente, que es cercano, íntimo y alcanzable. Podemos así, experimentar su presencia, su shequiná maravillosa y así gozarnos en plenitud y gozo.

¿Cómo relacionarnos y adorarlo?
En el desierto, los servicios del santuario eran muy claros y todos apuntaban al único y gran evento central en la historia de la salvación: la muerte sustitutoria del Mesías. Por ello, cada acción en su adoración la hacían con temor y reverencia por buscar un acercamiento con el Dios que estaba en medio de ellos.

Algo similar debe acontecer con nosotros hoy. En este sentido existe un importante principio a seguir: la adoración no es de acuerdo a los parámetros del hombre; la adoración se realiza de acuerdo a cómo Dios desea ser adorado. Esta es la cuestión de mayor trascendencia para los adoradores. Todos los cristianos buscan adorar a Dios. Sin embargo ¿toda adoración es la que Dios espera? Durante este verano (2011), en mis estudios doctorales tuvimos que visitar una congregación carismática. La visita junto a otros pastores en el exclusivo barrio de San Isidro en Lima, nos llevó a un culto carismático centrado en la prosperidad. La teología de la prosperidad señala que la salvación se alcanza una vez que el hombre sale de la pobreza. Todo el sistema cultico estaba centrado en las necesidades de las personas más que en Dios. Dios era algo así como la excusa para el culto, sin embargo en ningún momento la adoración estaba centrada en Dios y en la redención lograda con sangre.

En alguna medida también caemos en el mismo error en medio nuestro, al establecemos parámetros humanos en el tipo de relación para con Dios. Aquí es cuando debemos recordar que no somos nosotros quienes establecemos los parámetros, sino que por el contrario, respondemos a la misericordia, al perdón y el nuevo presente que vivimos con él, y así le adoramos.

Este principio es el que no se observa cuando discutimos temas en torno a la música en la iglesia, por ejemplo. Aunque si nuestra mirada fuera centrada en la obra divina y no en nosotros, nuestra adoración se acercaría a lo que Dios espera de cada uno y no en nuestra mirada humana y nuestros gustos para que de allí le brindemos adoración, esa sería una adoración centrada en nosotros y no en Él.

Los israelitas que fielmente cumplían con el mandato divino, podían experimentar la alegría y el gozo de su presencia en medio de ellos.

Esto es lo que podemos hacer en nuestros días, buscar una adoración de obediencia y centrada en lo que Dios espera y no en lo que a nosotros o a nuestros sentidos les parece.

Comunión con Jesús
El secreto de la verdadera adoración está en una real comunión con Jesús. Esta comunión se establece al orar y atender sus indicaciones por medio de su Palabra, también está nuestra comunión eclesiástica junto a otros que conformamos la iglesia.

No es un estado místico, sino muy por el contrario, es tener la mente atenta a la influencia divina que guía hacia y conduce a “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros” (Filipenses 4:8, 9).

Un cristianismo centrado en el hombre no tiene sentido. He conocido personas que llevaron una vida cristiana sin sentido y luego renuncian a su fe; renuncian porque jamás hubo comunión e intimidad con Dios. La única manera de establecer esa comunión es permitiendo al Señor, a través del Espíritu Santo realizar los cambios y transformaciones necesarios para que la comunión llegue a ser la ideal.

Hoy también el Señor espera establecer un ‘santuario’ en medio de cada uno de nosotros. Dios ha hecho lo necesario y adecuado, ahora falta nuestra respuesta humilde y sincera a la iniciativa divina. Esa respuesta es de cada uno, en ese sentido, Dios es el que invita y sustenta, sin embargo somos libres para aceptarlo.

Finalmente en esta relación de intimidad y comunión, encontramos la verdadera adoración. Dios se ha hecho un santuario vivo en Cristo Jesús. Así cada día podemos disfrutar su presencia que llena nuestras vidas con alegría, plenitud, gozo y regocijo.

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