lunes, 20 de junio de 2011

Vestidos como hijos de Dios

Vestidos como hijos de Dios
Por Aarón A. Menares Pavez©
Profesor de Teología Universidad Adventista de Chile

Cuando pensamos en la humanidad y en su condición, no podemos dejar de observar las razones del por qué estamos aquí y en esta condición. Hay que considerar que ni el pecado ni la muerte son características originales para el ser humano. Nuestra raza apareció en medio de un conflicto entre el bien y el mal, y querámoslo o no, esto determina decisiones que apunten o por uno o por otro.

La Biblia nos da innumerables datos sobre este asunto y cómo en medio de esta lucha, somos protagonistas. La historia de la salvación señala que una vez el hombre vivía en armonía plena con Dios y que nada se interponía entre ambos; estableciendo una comunión plena, satisfactoria y ennoblecedora para el hombre.

Cuando el hombre pecó, se sometido al enemigo de Dios, Satanás; quien en medio de esta batalla, lo único que busca es conseguir la mayor cantidad de adeptos, controlando y sometiendo sus vidas, con el fin de lograr lo imposible que es derrotar a Dios y de esa manera tomar el control del universo. En el estado pecaminoso, el hombre quedó extraviado y perdido, sin posibilidad alguna de regresar al estado original. Por esta razón es que se hace necesaria la ayuda extra que tan solo Dios puede entregar. La entrega de nuestras vidas a Dios no se responde sólo a una adoración como los paganos ofrecían sus vidas a sus dioses; en el caso de los cristianos, tiene que ver con haber sido restaurados y rescatados en medio de una batalla desastrosa y desafiante que atenta con la mente de millones de personas alrededor del mundo con el fin de someterlos en el pecado y su consecuencia máxima, la muerte.

Entonces, está el amor de Dios, que da a su Hijo único para que todo el que crea en Él tenga vida eterna (Juan 3:16). Este texto se debe comprender en el contexto de la historia de la salvación, porque Jesús no dio su vida por nada; la dio porque era la única manera de derrotar al enemigo y de esa manera rescatar lo que se había perdido. Lo dijo Jesús cuando fue a la casa de Zaqueo (Lucas 19:10), celebrando la conversión del publicano; entonces podemos caer de rodillas para alegrarnos y gozarnos porque el destino de cada uno puede ser de vida sólo porque Jesús murió en nuestro lugar. Ese acto de venir y representarnos, de tomar nuestro lugar, muriendo y resucitando, logró asestar un golpe letal en la serpiente, Satanás- derrotándolo junto con la muerte. Esta es la gran razón por la que oramos, cantamos, luchamos y dedicamos nuestra vida a Jesús nuestro Señor y Salvador.

Hijos de Dios
El término Hijo de Dios generalmente está asociado a Jesús, quien vino como tal. Sin embargo la oferta divina es hacer de cada uno un hijo suyo. Pablo desea que la iglesia en Galacia comprenda este asunto, declarando que ser hijo de Dios es de mayor privilegio que ser hijo de Abraham (Gálatas 3:6-9). Para los judíos, la figura del padre de la fe era trascendente, y claro, lo era por las promesas que le fueron entregadas, sin embargo esas promesas estaban en el contexto del advenimiento del Mesías redentor y de su sacrificio expiatorio; el que realizara Jesús en la cruz.

Ahora Pablo les dice que ya no son sólo hijos de Abraham, o mejor dicho no solo en las promesas de antaño, sino que ahora ya son hijos de Dios y herederos de Dios (4:7). “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (3:27), quienes lo aceptan como su Señor y Salvador, entonces son ‘vestidos’ de Él, Cristo es la ‘toga virilis’, que era la vestidura romana del varón adulto, que era tomada cuando se dejaba la niñez, esto tiene una gran significado y representación, al ser bautizados llegan a ser ‘hijos de Dios’. Pablo también habla sobre el tema en Romanos 6, allí describe lo que es el bautismo señalando que al ser bautizados los creyentes participan de la muerte de Cristo “Porque somos sepultados juntamente con Él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6:4). No solo la vida pasada de cada uno es enterrada en las aguas bautismales; lo de mayor trascendencia es que nuestras vidas quedan allí, la vida pasada, para nacer como hijo de Dios y heredar la vida eterna. Posiblemente este tema se transforma en algo un tanto difícil de comprender, sin embargo cuando lo miramos en el contexto del gran conflicto cobra un sentido mayor. Ninguno sale del bautismo sin ser pecador, lo que acontece es que Dios declara al igual que como lo hizo con su Hijo Jesús: “Este es mi hijo amado” (Mateo 3:17), por lo tanto dejamos de ser de pertenencia humana y pasamos a ser pertenencia de Dios.

Revirtiendo el proceso
Cada uno puede verificar en su vida el proceso de reversión que se inicia cuando se acepta a Jesús como Salvador. Una de las virtudes de mayor alcance y con la que se entregará el mensaje a todo el mundo tiene que ver con la renovación o transformación que ocurre en las personas que llegan a ser hijos de Dios –Jesús dijo ‘seréis testigos’ (Hechos 1:8)-. No se olvide que nuestro estado es deficitario y que no existe virtud alguna en el ser humano; toda virtud proviene de lo alto y de Dios. Por esto es que las personas que aceptan el plan de salvación, renuevan su vida a través de la comunión personal e íntima con su Padre celestial.

Esto se llama ‘nuevo nacimiento’, tiene que ver con algo maravilloso que sucede en las personas que llegaron a entregarle su voluntad por completo al Señor. Posterior a la aceptación de Jesús como salvador se inicia un proceso, en algunos casos es un proceso algo lento, pero significativo, quienes están cerca de ellos logran visualizar un cambio, Pablo dice “vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24). El apóstol habla de una renovación en Cristo, un revestimiento, un nuevo comienzo, un nuevo nacimiento. Jesús le habló a Nicodemo que para ver el reino de los cielos, debía nacer de nuevo (Juan 3:3), por supuesto que ese nacimiento no es físico, sería imposible, sin embargo Jesús hablaba de una operación que se realizaría desde arriba (Juan 3:5). Nacer de nuevo tiene que ver con una nueva edición de la vida, con nuevas perspectivas, una nueva visión, una nueva naturaleza.

¿Cómo puede ser esto? Es difícil pensar que en medio de una naturaleza que está en desventaja, la Biblia habla de un cambio tan radical como otra naturaleza, sin embargo ese cambio lo puede hacer Dios sólo cuando dos condiciones sean establecidas, la primera tiene que ver con el que operará el cambio, Dios.

Esta opción es concreta porque Dios ha realizado lo necesario para que esta operación espiritual sea realizada; en realidad es mucho más que una operación, es un milagro. La segunda condicionante tiene que ver con la determinación o decisión del individuo, allí Dios sólo invita e influye, utiliza todos los medios necesarios para que el individuo acepte, utiliza circunstancias, sermones, la amistad de alguien, un volante, un libro misionero, la radio, la televisión, y por supuesto todo esto acompañado con el Espíritu Santo. Sin embargo la determinación final está remitida a la persona, por lo tanto es más que trascendental nuestra decisión en el inicio de la ‘nueva vida’. Pablo a los Corintios señaló: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2Corintios 5:17). La nueva vida, entonces es un nuevo comienzo, un milagro sobrenatural operado en la vida de los creyentes que aceptaron la invitación de redención por parte de Jesús y que se genera a través del Espíritu Santo. Para el apóstol el milagro es de tanta trascendencia que llegamos a ser semejantes al Hijo de Dios (Romanos 8:29).

La Redención
La verdad es que nuestra mirada terrena sobre las cosas celestes, quedan remitidas a la limitante de nuestra naturaleza caída. Los hijos de Dios permanecen en Jesús todos los días, no pueden separarse de la fuente de poder, de lo contrario el proceso de renovación comienza a tener algunas limitaciones, porque no le permitimos al Espíritu Santo realizar su obra.

La lucha en esta tierra un día culminará. Creemos que será muy pronto, estoy convencido que los acontecimientos que vemos a diario, son señales del pronto regreso de Jesús. Si considera la gran cantidad de catástrofes y fenómenos extraños que a estas alturas son de cada día y junto con eso le adicionamos otros elementos en el mundo espiritual, religioso y espiritista, podemos identificar claramente que Jesús pronto regresa. El apóstol Pablo dice que cuando sea la Segunda Venida de Jesús, nuestros cuerpos sufrirán un cambio y retomaremos una naturaleza espiritual completa como era la de Adán y Eva antes del pecado; una naturaleza como la de los ángeles que honran y adoran a Dios en su trono. “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados… Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (2Corintios 15:51, 53).

Ese día cuando Cristo regrese, será trascendental para quienes hemos aceptado y creído en este plan maravilloso de salvación. Sin embargo el proceso comienza una vez que lo aceptamos como nuestro Salvador y Señor. Una nueva vida es una vida transformada, renovada, es alguien en quien se ha operado un milagro. Es un milagro total y que puede ser efectivo a partir del momento en que el Hijo de Dios es aceptado como Redentor, entonces a partir de ese momento la nueva vida en Cristo es efectiva y “cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1Corintios 2:9).

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