miércoles, 15 de junio de 2011

Ese día en la Cruz

Ese día en la cruz
Por Aarón A. Menares Pavez©
Profesor de Teología, Universidad Adventista de Chile

Ese día en la cruz, la mente de Jesús estaba agotada por lo que habría que pasar. No me refiero a la muerte o a los sufrimientos, el asunto era otro y era aún más trascendental; se enfrentaría a la separación de su Padre (Mateo 27:46) y de esa manera derrotar a Satanás y la muerte (1Juan 3:8). La gente estaba allí agolpada y observando el espectáculo, algunos con motivados por Satanás con cierta excitación, pero otros, lamentando la pérdida. Posiblemente no era la primera crucifixión a la que asistían, sin embargo esta tenía algo especial. Y era que el hombre que tantas alegrías habría entregado a los más menesterosos, pendía de esa cruz.

Los soldados, que en los casos especiales como este, eran traídos de lejos, aumentaban su pago con algo del condenado para sí. En este caso las ropas de Cristo y tu manto. El manto era una indumentaria especial y significativa. Representaba también algo de la dignidad de la persona. En el caso de Jesús, su manto era de una sola pieza y podría tener ‘otro’ tipo de valor a causa de los milagros que realizó. Tal cual lo señalara el profeta Isaías, Jesús vino a sanar a los enfermos, dar libertad a los cautivos y anunciar las buenas nuevas de salvación (Isaías 61:1,2).

La mujer con el flujo de sangre
La historia de Cristo nos presenta momentos en que Él y puntualmente su manto tuvo relevancia. A Jesús lo conoció el pueblo como un benefactor, un sanador, un amigo que ayudó a las personas, fueron muchos quienes se beneficiaron con la misericordia de Cristo. En realidad ellos disfrutaron del Maestro de la manera como Él desea que cada uno de sus hijos lo disfrute.

La Biblia nos señala que mientras Jesús iba para realizar un milagro, a atender la hija de Jairo, fue interrumpido por una mujer que padecía una enfermedad complicada. Las enfermedades, todas son complicadas, sin embargo muchas de ellas tienen solución con algún tipo de remedio y previa atención médica. El caso es que esta mujer, había intentado todo durante doce años para encontrar solución a su problema, Marcos agrega que había sufrido mucho a causa de los médicos y no había encontrado solución (Marcos 5:26) y junto con Lucas que había gastado mucho dinero en médicos (Lucas 8:43), por lo que las posibilidades humanas habían quedado en el pasado.

Sobre la enfermedad de la mujer, una vez escuché a un médico señalar que todos los síntomas corresponderían a un cáncer cervicouterino, un problema que en la actualidad tiene solución, pero, esa solución puede ser preventiva u operación. En ese tiempo no existían las operaciones, por lo que lo más seguro es que la gente moría por enfermedades que hoy son tratables y con un pronóstico más o menos positivo.

Es en este contexto que la mujer busca a Jesús, esto no es algo casual, la verdad es que Jesús era conocidísimo por los milagros. Las personas son las que hacen que las cosas sean conocidas, Jesús era aclamado por la multitud, era seguido por personas de todo tipo, por familias completas.

La mujer de quien no se nos da el nombre acude premeditadamente a Jesús con un plan. Dicho plan consistía en tan solo tocar su mando. El manto de Cristo, el mismo que ahora estaba siendo subastado por los soldados romanos y con ese hecho cumplían sin saber la profecía sobre los vestidos del Mesías que anunciara Isaías.

El relato señala que la mujer fue sana. Esta historia debe entenderse correctamente con el fin de no establecer ‘cosas’ en paralelo, por ejemplo el uso del manto como un tipo de talismán lleno de poder. Mientras Jesús era topado por muchas personas, porque estaba con una multitud, siente que alguien toco el ‘borde de su manto’ (Lucas 8:44).

Jesús podría haber seguido su ruta, hacia la casa de Jairo, donde se centraba otro drama porque su hija de doce años estaba muriendo, curiosamente la mujer llevaba la misma cantidad de años con la enfermedad. Al parecer acá hay un tipo de reflexión por la cercanía de estas dos ‘mujeres’ por lo menos en el tiempo.

La mujer, no solo estaba enferma físicamente, también lo estaba del alma. Hay varias razones para pensar de esa manera, primero la enfermedad la mantenía inquieta, es posible que su fluyo sanguíneo no fuera permanente, porque difícilmente podría haberse mantenido por doce años, sin embargo le significaba una alta pérdida de glóbulos rojos y por lo tanto su debilidad era notable. Otro elemento era su condición económica. Es verdad que el dinero no otorga la felicidad, sin embargo su condición financiera le impedía estar tranquila y descansar para recuperarse de su enfermedad. El último elemento era su relación con la religión, de acuerdo a la ley levítica, la mujer permanecía en inmundicia (Levítico 15:19), por lo que su autoestima debe haber estado tan debilitada como su sangre. Estas características hacen de esta mujer una persona muy necesitada de atención y respuesta, como puede ser cualquier hijo de Dios en este tiempo. La vida rápida, la indiferencia, la individualidad logran que las personas sientan en su fuero íntimo su miseria y su autovaloración cae por los suelos. A estas personas Jesús quiere brindar su amparo y cuidado personalizado.

El milagro
En definitiva y como ya lo mencionamos, el milagro se realizó. Jesús lo hace notorio, por su pregunta, “¿quién es el que me ha tocado? (Lucas 8:45), esta no es una exageración de Cristo porque alguien lo tocó y salió poder de sí, sino por el contrario su deseo no era dejar dudas sobre quién había sido el autor del milagro. En esta historia podemos ver varios aspectos de Jesús y su relacionamiento con las personas. Primero, Jesús atiende las necesidades de los humanos, supongo que su mirada estaba atenta a las dolencias y clamores de las personas, por ello es que realizó tantos milagros durante su ministerio. Eso es un antecedente para considerar la atención que actualmente tiene para con nosotros sus hijos. En segundo lugar, no quería el Señor que se considerase que el manto por sí sólo tenía poder, porque éste salió de Él. “Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí” (v.46). En la actualidad son muchos los que buscan milagros en talismanes u otros, abundan los cultos que ofrecen agua del Jordán, o tierra de Palestina y un sinfín de cosas con la finalidad de satisfacer las necesidades espirituales, y sin pensar, sólo hacen que quienes ofrecen estos productos lucren con la ignorancia.

Jesús está a disposición hoy para quien lo desee, de la manera como Él atendió a esa mujer devastada obrando milagrosamente a través de su manto, hoy también podemos cobijarnos en su manto de justicia. Su mirada es de atención y desea ocuparse en forma personal de nuestro pedido.

Por ello, mientras pendía de esa cruz y los soldados cumplían la profecía sobre su ropa, se hacía efectiva la más grande profecía que daría la esperanza a un mundo perdido, que había sido arrebatado por Satanás en el contexto de la gran batalla por el bien y el mal. Jesús estaba logrando su victoria, que es nuestra victoria. Su muerte garantizó la salvación para todo el que lo desee y lo busque. La salvación, y la sanidad del alma están garantizadas por su muerte y resurrección. Por lo que de la misma manera como esa mujer recibió por la fe la sanidad, hoy podemos y de manera inmediata recibir el perdón, la reconciliación y una nueva mirada a la vida, gracias al toque del manto de justicia.













2 comentarios:

  1. aunque Jesús no pudo ver el rostro de su Padre en esta hora, Él estaba allí con si Hijo.
    "En esa densa oscuridad, se ocultaba la presencia de Dios... ...El Padre estaba con su Hijo. Sin embargo su presencia no se reveló." DTG 714

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  2. "Entre las terribles tinieblas, aparentemente abandonado por Dios...(Cristo) habia confiado en la evidencia que antes recibiera de que era aceptado de su Padre... Por la fe confió en Aquel quien habia sido siempre su placer obedercer. Y mientras, sumiso, se confiaba a Dios, desapareció la sensación de haber perdido el favor del Padre. Por la fe, Cristo venció.

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