martes, 10 de mayo de 2011

Bajo sus alas
Por Aarón A. Menares Pavez©
Profesor de Teología Universidad Adventista de Chile

Cuando mis hijos han tenido un sueño malo, el mejor lugar para estar con papá o mamá, al refugiarse en nuestros brazos, pueden conciliar el sueño y descansar. En medio de una bulliciosa tormenta de viento, lluvia, truenos y relámpagos, estar en brazos de papá o mamá, hay seguridad.

Sentir seguridad, refugio, protección es una cuestión fundamental para nosotros. Las personas van de un lado a otro en búsqueda de seguridad. Incluso algunas guerras devastadoras se han realizado en honor a la seguridad y la paz. Sin embargo mientras el ser humano en una incesante búsqueda no la haya, la Biblia nos presenta una dulce y grata estrategia para vivir bajo alas de Dios protegidos y seguros de la atroz embestida del pecado y el mal.

El Rey David
La experiencia espiritual del Rey David es la figura escogida para que de una ilustrativa manera podamos comprender el amor, la ternura y paciencia de Dios por nosotros. Sin embargo también podemos comprender lo referente a la respuesta que todo hijo de Dios debe experimentar en su relacionamiento de comunión, dependencia y confianza con su Señor.

Es verdad, David fue el escogido por Dios y cometió pecados tremendos. Pecados que sin lugar a dudas jamás perdonaríamos si David viviera en nuestros días. Es probable que a la distancia, nuestra observación sobre los estragos que provoca la naturaleza caída nos haga tener una mirada crítica sobre algunos actos que socialmente son una tragedia, como lo son el adulterio y el homicidio.

Hay naciones como Chile que por muchos años ha debatido el perdón y la reconciliación sobre actos horrorosos que acontecieron, pero que sin embargo durante mucho tiempo entorpecieron el tipo de relación social y la manera de enfrentar el futuro. Algo similar acontece en una congregación que ha sido atormentada porque uno de sus hijos ha caído en un pecado que socialmente trae afrenta. Pareciera que tenemos la ‘autoridad’ de atentar contra la dignidad de los ‘pecadores’ que han traído el oprobio a la iglesia. Por favor no espero que se confunda, no me refiero a que la iglesia no actúe y ejecute la disciplina que incluye la suspensión de la membrecía por un espacio de tiempo determinado o el desglose de su nombre en el libro de la iglesia. Nos parece que es adecuado que la disciplina sea efectiva, sin embargo esta no debe ejecutarse a menos que el principio rector de ella esté presente; como la redención de la persona en disciplina. Cuando establecemos disciplina sin considerar la reconciliación del infractor, más que honrar a Dios, nos alejamos del propósito justo que tiene la disciplina y por el contrario deshonramos a Dios.

Ahora bien, el pecado enceguece, turba y aleja de Dios. Esta también fue la experiencia de David, tanto así que le bastó con ver que las cosas anduviesen bien, para que su conciencia quedara tranquila, hasta su encuentro con Natán. Este es el otro extremo, la indolencia e insensibilidad espiritual que ignora su responsabilidad frente a Dios en cuanto al pecado. Puede que esta acción sea más que común en nuestros días a causa de la nueva manera de observar la vida, alejándose de los patrones bíblicos de vida y conducta.

Dignidad humana y gloriosa de David
Nos parece interesante la experiencia del Rey David. Él cometió un pecado formal y de manera abierta. Lidiando y obstaculizando totalmente con el accionar del Espíritu Santo. Eso acontece cuando en forma voluntaria accedemos al error, conociendo cual es la voluntad de Dios. David sabía muy bien que a Betsabé no debía tomar, porque era una mujer casada. Sin embargo no le importó y tomó a la mujer para sí, y posteriormente para solucionar su ‘problema’, envió a matar a su marido (2Samuel 11).

El por qué David actuó así se puede deber a distintas razones. Una de ellas puede ser que era el Rey y tenía poder y autoridad para ir más allá de cualquier otro personaje, porque era el Rey. El Rey tenía todo lo que deseaba y aquella mujer no tendría que ser la excepción.

En ocasiones el ser humano confía plenamente en su ‘dignidad’, en nuestro vocabulario podríamos hablar de su ropaje. Esa ‘dignidad’ humana es la que generalmente no permite que podamos mirar con detención el pecado y para alguno esa ‘dignidad’ podría autorizarlo a pecar. Por cierto, es nuestra mirada y nuestro juicio.

Sin embargo este pecado fue lo que a David lo hizo vivir en amargo dolor y sentimiento de culpa hasta que encontró el perdón y reconciliación. Sin embargo lo mantenía enceguecido e impedía el accionar del Espíritu Santo en su vida. Así también acontece con muchos que incluso puede ser ‘un’ pecado el que lo mantiene alejado e insensible sobre lo que acontece y su vida espiritual está tumbada porque no puede vivir en paz y no sabe por qué.

Es algo así como el ropaje de Adán y Eva que usaron después del pecado y no bastó para estar en la presencia de Dios. El ser humano es demasiado proclive a establecer este tipo de ropaje destacando la ‘dignidad humana’ y en este caso –David-, su gloria real. Sin embargo este ropaje humano, que puede ser incluso un ropaje religioso puede sólo encubrir una realidad desastrosa. En todo el mundo hemos conocido casos donde religiosos –de ambos sexos- en algún momento han cometido cierto tipo de abuso contra menores y otros más. Sin embargo, y al parecer, se han encubierto en este ropaje ‘religioso’ para enfrentar la sociedad. David vivió su miseria, sin embargo dice él mismo que mientras calló, sus huesos envejecieron (Salmos 32:3). Esta es una clara identificación con el dolor producido por el sentimiento de culpa. El ropaje de la ‘dignidad humana’ no conduce a nada, definitivamente porque nuestra humanidad está totalmente corrompida por el pecado y requiere de un poder sobrenatural para obtener la verdadera dignidad. No me refiero a la dignidad del hombre en el sentido de los derechos humanos, sabemos que Dios ha establecido el respeto por el hombre y desecha la violencia y los asesinatos. Sin embargo no podemos dejar de negar que no tengamos opción a menos que busquemos intensamente a nuestro Señor y Salvador.

Mientras David confió en su propia dignidad, sufrió. Lo mismo acontece con quienes hoy confían en su propia dignidad y ropaje. Éste puede tener una alta investidura social, política o religiosa, pero, si no está la acción divina ésta no sirve de nada.

Desnudo
Suele suceder incluso que la voz de Dios actúa de tantas maneras para llevar a sus hijos al arrepentimiento y a la conversión. Dios espera que cada pecador asuma por lo menos dos cosas, primero, su condición de pecador, que nada de lo que pueda hacer en el aspecto de la salvación tiene consecuencias positivas en su propia redención, a menos que reconozca su limitación e indignidad y se acoja a la total y plena dignidad y perfección divina. En segundo lugar se hace necesario confesar los pecados. Esta es la única manera por la que Dios puede perdonarnos. Es una cuestión lógica, porque ¿cómo esperamos el perdón si no hemos confesado?

Cuando el profeta Natán entró al palacio a enfrentar a David, posiblemente arriesgó incluso su vida, sin embargo venía con un mensaje del Señor (2Samuel 12:1) que haría despertar del letargo al Rey. Natán le contó una historia sobre dos hombres, uno rico y otro pobre, el hombre rico no quiso tomar de sus ovejas para atender un visitante y tomó la de aquel hombre pobre (v.2-4). David, en su condición de Rey y Gobernador, se levanta y señala que lo acontecido no debía ser y que el hombre rico debía pagar cuatro veces su infracción, porque no tuvo misericordia (v.5). Natán entonces le hizo ver que él había sido tal hombre y que su accionar había sido deshonroso, sin embargo este momento de gran turbación fue el necesario para que David comenzara a descansar de su conciencia. Entonces el Rey reconoce que pecó (v.13).

La historia de David y de sus hijos cambió radicalmente. No podemos señalar que las cosas malas son consecuencias de los pecados, aunque si el pecado está abiertamente protegido y justificado, entonces difícilmente el Señor pueda hacer algo por las personas. Por ejemplo, si los padres autorizan a los hijos cuando son pequeños a utilizar indiscriminadamente Intenét y la posibilidad que los niños usen juegos violentos y espiritistas, difícilmente los niños no tendrán pesadillas, o su vida futura no se vea afectada. O si la crianza en el hogar no tuvo un orden y los hijos vivieron sin un patrón de conducta adecuado, las posibilidades de fracaso en el futuro son más ciertas. Esto no es culpa de Dios y tampoco es una consecuencia porque otro pecó, son consecuencias de determinaciones desacertadas. No podemos imaginar una familia muy feliz la de David con tantos hijos y tantas mujeres. No era una familia formal y de orden, por lo que los celos y las disputas deben haber sido algo muy habitual. David en su vida pudo haber evitado toda esa ruina; sin embargo no estuvo dispuesto a pagar el precio. Entonces las consecuencias en su familia fueron también resultado de determinaciones negativas en su vida familiar.

Luego de haber escuchado al profeta, David se sintió desnudo. Su actitud es positiva, porque no solo reconoce su pecado sino que busca a Dios de todo corazón para enfrentar su consecuencia, pero aún más para reconciliarse con su Señor y amigo.

Bajo sus alas
La confesión de David incluye tres elementos interesantes a la hora de comprender el pecado. El Rey señala al pecado de tres maneras, ‘transgresión’ o rebelión, que es perdonada (Salmos 32.1). ‘Iniquidad’, o maldad, entonces al confesarla ya no hay iniquidad (Salmos 32:2). Pecado, o errar el blanco queda cubierto y perdonado (Salmos 32:5).

Es tremendamente interesante advertir que el pecado confesado es perdonado completamente. No quedan vestigios en la mente divina o en alguna parte del pecado; las consecuencias, lamentablemente no las podemos evitar, como no pudo David evitarlas, sin embargo su ser podría estar tranquilo porque aún al enfrentarlas no estaría solo sino que Dios sería su pastor (Salmos 23:1). David comprende que su pecado ha sido perdonado, por lo tanto ya no estará más con el sentimiento de culpa que tanto lo atormentó y mataba.

Entonces en medio de la inseguridad humana, David decide confiar el Dios y descansar bajo sus alas. “Yo habitaré en tu tabernáculo para siempre; Estaré seguro bajo la cubierta de tus alas” (Salmos 61:4) La verdad es que esta es una promesa maravillosa. Los seres humanos buscamos a diario un lugar de protección y seguridad. El único lugar donde podemos encontrar esa paz y seguridad es bajo las ‘alas’ de Dios. David lo ilustra con las águilas. Son animales tremendos, carroñeros, con una fuerza increíble, sin embargo cuando están en el nido para abrigar y proteger a sus polluelos son transformadas en tiernas madres protectoras. Los polluelos tienen la seguridad que nada les acontecerá, incluso si caen, porque la madre los recoge. David busca y encuentra seguridad y confianza en los brazos de su Señor.

En conclusión
No podemos negar que las personas viven experiencias similares a las de David, posiblemente en su iglesia hay un David. Ante ello debemos tomar las mejores decisiones. Primero aprender a no discriminar, eso no quiere decir que vamos a justificar el pecado, eso nunca, estaríamos muy lejos del ideal de Dios. Sin embargo no tenemos que olvidar que Dios aborrece al pecado pero, ama al pecador. Nuestra actitud debe ser igual.

En segundo lugar si el pecado trae nefastas consecuencias, podemos cortar el negativo devenir de la vida sin Cristo. Las promesas que David nos presenta pueden ser de cada uno en el momento que lo desee. No necesitamos esperar mucho para recibir el perdón de Jesús, hay que pedirlo, y antes de ello confesar el pecado. Entonces, habrá descanso, paz y una vida con proyección, esta vez hacia el cielo.

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