lunes, 16 de mayo de 2011

Vestidos de salvación

Vestidos de salvación
Por Aarón A. Menares Pavez©
Profesor de Teología Universidad Adventista de Chile

El libro de Isaías es un riquísimo texto cuando pensamos en profecías mesiánicas. También contiene un llamado al pueblo de Judá al arrepentimiento y a una búsqueda incesante de la presencia de Dios. Los tres primeros capítulos describen la condición debilitada del pueblo en su experiencia espiritual. Tanta es la separación del pueblo, que Dios les señala que no oren más y que ya no necesita de sus holocaustos (Isaías 1:11, 13, 15). Esta es una descripción terrible del tipo de relacionamiento de ellos para con Dios. Yo no quisiera que el Señor me dijese: No sigas orando porque en esa condición no te escuchare, sin embargo esa era la condición espiritual del pueblo de Dios. Un pueblo lleno de promesas y desafíos, un pueblo que había experimentado la presencia inmanente de Dios, y cuya historia estaba llena de testificación sobre las maravillas que el Señor había hecho con ellos.

A pesar de todo ello, el capítulo 1, nos ofrece un refrescante desafío para nosotros hoy. Así como Dios desechaba su ‘religión’ paganizada, llena de sincretismo donde mezclaron la verdad con el error, el Señor les ofrece a quienes sinceramente buscan la conducción divina y por supuesto el perdón y una nueva oportunidad, limpieza de corazón.

En primer lugar Dios establece el tipo de ética que requiere de ellos, un estilo de vida que habían abandonado poco a poco, “aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (v.17, 18). ¿No es esta una de las invitaciones de mayor ternura en toda la Biblia? En realidad es una invitación realizada, luego de una de las más crudas descripciones sobre la vida del pueblo de Dios. Dios está deseoso de confortarnos con su perdón y cubrir la vergüenza de nuestras iniquidades, por lo tanto nadie debería sentirse inhabilitado para aceptarla.

La experiencia del llamado de Isaías, ofrece también un tipo de comunión y comunicación para con Dios que deberíamos imitar. Isaías en una actitud correcta, reconoce que no es nada y que es inmundo de labios. Pero, en la visión, el ángel lo alcanza con un carbón encendido para limpiar su inmundicia. La respuesta del profeta fue sencilla, sincera y concreta: “Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6). Esta debería ser la actitud de cada hijo de Dios, que una vez que ha recibido el perdón y confrontado a la invitación divina, la respuesta tendría que ser de contrición, humildad y dedicación para con Dios y la misión. Isaías, aceptó la oferta divina y se dejó vestir de la gracia divina y salvadora.

Dos caminos
En el día del juicio, quienes hayan oído y conocido la justicia divina no deben tener miedo porque serán protegidos con el ropaje de justicia divina (Isaías 51:7). Esta también es una promesa de fe, ante las pruebas difíciles que enfrentarían en el cautiverio; lo mismo se puede aplicar a nuestros días. Hay muchos que muestran debilidad frente a una prueba de fe con respecto al sábado, por ejemplo. Obedecer a Dios antes que a los hombres ¿qué pasará conmigo?, ¿con mi familia?, la promesa de este texto es que aunque acontezca lo peor, la salvación será un privilegio para los fieles (v.8). Ante esto los creyentes tenemos dos caminos, la vida o la muerte, la obediencia o la desobediencia, la aceptación o el rechazo de la bondad redentora. No estamos obligados a elegir, tampoco existe un determinismo que impide la decisión humana. Somos nosotros quienes determinamos si aceptamos o rechazamos la invitación. Somos nosotros quienes aceptamos o rechazamos el vestido de salvación que nos ofrece tiernamente el Señor.

La oferta divina es concreta, la promesa es de bendición, “porque yo Jehová, que agito el mar y hago rugir sus ondas, soy tu Dios cuyo nombre es Jehová de los ejércitos” (v.15). No hay dudas que tomar parte por Dios otorga una seguridad que el hombre no puede dar, tal experiencia sólo es posible si decidimos vestirnos de su salvación.

Ropa hermosa
El capítulo 52 de Isaías utiliza esta expresión para referirse a Jerusalén y su futura gloria. El recuerdo de Egipto, el cautiverio Asirio y ahora el Babilónico, no son recuerdos gratos para ellos, no es un regocijo, por el contrario son instantes lamentables en su historia, sin embargo Dios decide intervenir “he aquí estaré presente” (v.6), dice Jehová. Entonces el llamado es fuerte “Despierta, despierta, vístete de ropa hermosa” (v.1). Otra vez Isaías está introduciendo la figura mesiánica y la redención. Así la vida de muchas personas gira en torno a sus nefastos recuerdos, estos pueden estar centrados en experiencias negativas que trajeron dolor y frustración. El pecado ha traído todo ello a nuestro mundo, pero el Señor dice que el triunfo es de Él y que estará presente en cada momento y en cada experiencia.

Jerusalén es la figura de cada uno, en realidad todos caímos en pecado y quedamos desnudos, por lo que ahora la propuesta es ser “rescatados” (v.3), la intervención de Cristo ya es una realidad, para poder vestirnos con ropa hermosa. La justicia de Cristo que se logró cuando murió es efectiva para cubrirnos de nuestra bajeza y limitaciones. “Cantad alabanzas, alegraos juntamente, soledades de Jerusalén; porque Jehová ha consolado a su pueblo, a Jerusalén ha redimido” (v.9).

Jesús, la salvación
No es casualidad que Jesús haya iniciado un sermón en la sinagoga con las palabras de Isaías 61 y darles otro indicio más de su mesianismo. “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados” (Isaías 61:1,2), entonces el Señor concluyó: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lucas 4:21).

El Señor trajo consigo esperanza, sanidad, libertad. Nuestro refugio, nuestra fortaleza. En definitiva cuando hablamos de la salvación, no podemos pensar direccionarla al esfuerzo humano. El esfuerzo humano no trae refugio ni fortaleza, por el contrario su resultado es cansancio, es una conciencia intranquila y desesperación. Sin embargo quienes aceptan la justicia divina “serán justos, para siempre heredarán la tierra; renuevos de mi plantío, obra de mis manos, para glorificarme” (Isaías 60:21), dice el Señor.

Finalmente la oferta incluye “vestiduras de salvación” (v.10), dicho ropaje tiene que ver con la salvación. El hombre no puede alcanzar la salvación por sus propios medios, es imposible. Esta ha sido el gran tema de toda la Biblia, la salvación. El hombre perdido, irremisiblemente perdido, tiene la oportunidad de salvación gracias a la obra divina de cubrirlo y salvarlo.

Cuando Cristo estuvo en la tierra, manifestó su poder y amor, a los afligidos, a los prisioneros del pecado. Vino a sanar los enfermos, a sanar el alma llena de pecado. Vino a rescatar la humanidad, como bien lo señaló luego de haber estado con Zaqueo, vino a buscar y salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10). Estas palabras son una alusión directa a la humanidad, que voluntariamente accedió al pecado; Jesús vino para rescatar y dar una nueva oportunidad a la humanidad que se hace efectiva individualmente cuando se la acepta.

Hoy esperamos, esperamos la consumación de la redención, esperamos que Jesús regrese y nos lleve a casa, sin embargo y mientras esperamos, aceptamos su ropaje de justicia, para estar protegidos y seguros; nuestra única esperanza está en Cristo, nuestra justicia.







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