martes, 26 de abril de 2011

El Sacerdote

El Sacerdote
Por Aarón A. Menares Pavez©
Profesor de Teología Universidad Adventista de Chile

Dios se valió de muchas ilustraciones con el fin de dar a conocer la realidad tanto del pecado como de la solución al mismo. En este sentido todos los oficios del templo conducen a una mejor comprensión de ambos conceptos. Los oficios del templo se iniciaron en el desierto; sin embargo encontramos ya en los orígenes de la vida los sacrificios como un medio de encontrar el perdón.

El sacerdocio fue establecido por Dios para enseñar al hombre la manera en que se podía restablecer la comunión quebrada cuando se originó el pecado en la tierra. El sacerdote tenía que ser hombre y cumplir ciertas cualidades tanto físicas como morales, éticas y por supuesto espirituales. Hay dos funciones trascendentales en el oficio del sacerdote, la primera es la ejecución de los ritos sagrados y la segunda la comunicación con la deidad; cuida del santuario y comunica las determinaciones divinas; representa a Dios ante el pueblo y al pueblo ante Dios.

Sacerdotes humanos
El caso de Aarón como sacerdote y primer sumo sacerdote de Israel es altamente notorio, por el contexto en que se desempeñó como tal. Es posible que al observar sus errores, observamos también la debilidad humana. Las evidencias que Aarón experimentó en una calidad de testigo de primer nivel fueron tremendas. Estuvo con Moisés en cada momento, pudo visualizar e identificar la manifestación de Dios directamente, fue parte del gran milagro.

El problema con Aarón no radicó en las evidencias, radicó en dos cosas que son fundamentales en la vida práctica cristiana. La primera y más clara es una mala conexión con Dios, la segunda es la falta de un carácter fuerte. Posiblemente Aarón cuando fue sometido a la presión del pueblo, tenía la certeza que no debía obrar así. La fuerza de la chusma fue tan abrumadora que el líder no fue capaz de enfrentar con integridad. Esta es una buena ilustración para el tipo de comunión que esperamos tener con Dios, ¿es una comunión liviana y sin compromisos? ¿Ante la fuerza del populacho, somos capaces de decir no? Así como Pedro dice que ya somos todos “linaje escogido, real sacerdocio” (1Pedro 2:9) y aceptamos la doctrina del Sacerdocio de Todos los Creyentes, ¿será que somos capaces de enfrentar desafíos similares a los de Aarón y salir airosos?

Observando aún con mayor detención, que la intención del pueblo no era adorar otro Dios. Ellos esperaban adorar a Dios a través del becerro, “haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido… entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto” (Éxodo 32:1,4), el becerro representaba al ‘dios’ que los había sacado de Egipto, no era una nueva ‘deidad’, posterior a ello Aarón celebra una festividad descrita como para Jehová (v.6). Esta es una cuestión más que común en nuestros días, las personas buscan maneras ‘extrañas’ para adorar a Dios. Sin embargo no es necesario. La única manera de hacerlo es en “espíritu y verdad” (Juan 4:23). Toda estrategia para adorar a Dios distinta de la que él ha establecido es ir por el mismo desastroso camino que siguió Aarón junto al pueblo.

Sin embargo la historia de Aarón nos ayuda a comprender la misericordia de Dios. Porque nadie que le sirva tiene necesariamente que ser perfecto. Es verdad que hubo hombres mejores que otros, Moisés por ejemplo si es comparado con su hermano en esta misma historia cuando Aarón cumple el pervertido deseo del pueblo y está en el monte ante la presencia de Dios, por supuesto que estará en una mejor condición. Pero, Moisés también se equivocó y se equivocó tanto que no le fue permitido entrar a la tierra prometida. Este es un claro mensaje que aún en nuestra imperfección Dios desea utilizarnos para su obra.

Todos sacerdotes
Cuando hablamos del Sacerdocio de todos los creyentes, hablamos de la posibilidad de una comunión íntima y personal con Dios. Es decir, sin intermediaro. Eso es fantástico, piense en lo dramático que debe haber sido para los israelitas el tener que hacer tantas cosas para obtener el perdón de sus pecados. Ahora es distinto, Jesús abrió las puertas para que cada uno pueda vincularse en forma directa con Dios. Por esta razón es que ese privilegio se transforma en la riqueza más grande de todo cristiano y da vida a un mensaje de sanidad y salvación.

Todo el simbolismo en el ropaje del sacerdote y del sumo sacerdote y en su elección como tal es otra forma de simbolizar lo que llamó Juan el Bautista a Jesús como el Cordero que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). El cordero era un claro símbolo de Jesús como el gran Cordero; lo mismo el uso sacerdotal y sus vestiduras. Veamos en orden algunas características enumeradas en la Biblia.

El sacerdote.
Debía ser perfecto, tanto su familia y él mismo. No podía casarse con cualquier mujer, ésta debía tener una historia acorde al ministerio y la posición del sacerdote (Levítico 21: 4, 7). Posiblemente en este tiempo se vería algo discriminador, sin embargo no hay que olvidar toda la simbología que había allí. Las razones que esgrime Dios son claras: “Le santificarás, por tanto, pues el pan de tu Dios ofrece; santo será para ti, porque santo soy yo Jehová que os santifico” (Levítico 21:8). Físicamente también debía ser perfecto (v.16-21), así como los animales para el sacrificio debían ser perfectos físicamente, porque había un simbolismo: la perfección de Cristo.

La ropa
La ropa también debía ser especial. Nos parece hasta extraño en nuestro tiempo pensar que el líder religioso debía ataviarse con tantas cosas. Pero, cada una de ellas tenía una representación y se pueden sacar hermosas lecciones para la vida personal de cada uno.

El pectoral. Era un tipo de bolsa cuadrada de “oro, de tela azul, púrpura y escarlata y de lino fino torcido” (Éxodo 28:15, 16; 39:8,9) sujetado por cadenas de oro atadas a las hombreras del efod (Éxodo 28:22-28;39:15-21). El pectoral llevaba el Urim y Tumim y un engaste de oro de doce piedras preciosas con el nombre de una tribu de Israel grabado en cada piedra (Éxodo 28:17-21; 39:10-14; Levítico 8:8). Así, simbólicamente la nación, a la vista de Dios, descansaba sobre la persona y obra del sumo sacerdote; por otro lado, el sacerdote llevaba continuamente al pueblo ante la presencia de Dios, como una amada responsabilidad.

El efod. Era una especie de chaleco largo que por lo general llegaba a las caderas. El efod del sumo sacerdote se sujetaba con una faja bordada finamente (Exodo 28: 27,28); tenía hombreras con piedras montadas de ónice donde también estaban grabado el nombre de cada una de las tribus de Israel. También el simbolismo señala al pueblo grabado en las piedras preciosas.

El manto y las campanillas. Cubría al sumo sacerdote llegaba hasta las rodillas, debajo del efod, pero sobre la túnica, al parecer no tenía mangas. Las campanillas eran un anuncio que el oficiante permanecía con vida, entregando con ello una señal que la ofrenda ofrecida había sido recibida.

El Urim y Tumim. Luz e integridad, significa Urim y Tumim, se consultaba a Dios en los casos dudosos, sin embargo no hay claridad sobre lo que eran realmente. Algunos piensan que eran las doce piedras que el Sumo Sacerdote llevaba en el pectoral, sin embargo Dios es nuestro oráculo, a quién podemos consultar por diversas situaciones que nos acontecen.

Sacerdotes hoy
En resumen, las vestiduras sumo sacerdotales hablan de la justicia de Cristo. Sin ellas no podemos estar ante la presencia de Dios. Es imposible para un hombre o mujer como nosotros permanecer ante la presencia divina sin ser afectados. No podemos olvidar que toda la estrategia de salvación incluyó toda una simbología de acercamiento. Los sacrificios, el sistema del santuario y el oficio de sacerdotes y sumo sacerdotes tenían la función de tipificar la realidad. El hecho es que cuando fuimos separados de Dios al momento del pecado, se echó a andar el plan de salvación. Ese plan se hace indispensable para que personas como nosotros obtengamos el perdón y la salvación. Tenemos la necesidad de asumir nuestra total indignidad y la total dignidad de Dios. Por ello es que la obra real que hace Jesús en favor de cada hijo suyo cobra un significado especial. No podemos optar a la salvación a menos que la aceptemos y recibamos de nuestro Salvador.

Hoy no se requiere tantas calificaciones para ser un sacerdote. Podemos acceder directamente a Dios por medio de nuestro Gran Sumo Sacerdote que es Jesús. Esto hace que aún en nuestras imperfecciones y limitaciones, es posible la comunión con Dios; es posible sin un sacrificio distinto del que ya ha sido hecho en la cruz del calvario, obtener el perdón de los pecados. Toda la delicadeza y rigurosidad del Antiguo Testamento en la elección del sumo sacerdote y sus vestidos ha sido trasladada a la realeza de Cristo y al ropaje que sólo él puede ofrecer, su justicia.

En este sentido, y aunque el sumo sacerdote llevaba una vestidura perfecta y simbólica, su perfección nunca fue la requerida por el cielo. Todo era un simbolismo que aceptaban por fe. Las personas recibían el perdón cuando confesaban sus pecados sobre la criatura que moriría por ellos, sin embargo aunque era lo mejor y más completo que tenían, no alcanzaba para cumplir con la gran demanda. Esa demanda sólo fue satisfecha cuando Jesús murió como hombre y resucitó como un hombre glorificado para que ahora desde el cielo ese ‘hombre’ Jesús interceda, perdone, justifique y obre la salvación directamente a cada uno, haciendo de quien le busque un sacerdote.

En conclusión
Si hay algo que agradecer a Dios en nuestro tiempo, es que ya él murió y resucitó. La tarea en cuanto a la salvación ha sido cumplida y por lo tanto tenemos acceso a Él directamente. El problema con Israel es que no tenían acceso directo a Dios. La teofanía era de tanta potencia que de una u otra manera los intimidaba. Imagine lo impactante que debe haber sido la nube donde estaba Dios, o el santuario en el desierto. Todo el sistema de sacrificio. Esa intimidación era positiva porque así ellos asumían su indignidad e imposibilidad de acceder al perdón. Los intermediarios también deben haber sido algo incómodo para cada penitente. Existía la obligación de ir a ese intermediario, posiblemente concertar una cita para ser atendido. Sin embargo hoy gracias a la obra sobrenatural de Cristo al morir y resucitar, tenemos acceso directo y sin más intermediario que Él mismo. Jesús ganó el derecho a ser ese intermediario derrotando la oscuridad (Juan 1:5), al diablo y el pecado (1Juan 3:8). De esa manera cada uno de nosotros somos sacerdotes, ‘vestidos’ de su gracia y ‘aptos’ por medio de la intercesión de Cristo para acceder otra vez a Dios, obtener perdón, reconciliación, vida nueva y esperanza en el cumplimiento de la bendita esperanza de su regreso.

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