Un ropaje adecuado
Por Aarón A. Menares Pavez©
¿Qué es la salvación?
Salvos por fe
Una adecuada comprensión
Polos opuestos en desequilibrio
Profesor de Teología Universidad Adventista de Chile
Recuerdo hace 27 años asistía a una iglesia donde por mucho tiempo se debatieron temas relacionados a la salvación. Toda una familia había sido impresionada con el tema de la Justificación por la fe y sus reales alcances para quienes nos llamábamos adventistas. La iglesia hizo su esfuerzo para equilibrar la situación y puedo decir que fui muy beneficiado con una gran cantidad de buenos mensajes con mucha profundidad teológica en relación al tema.
El argumento básico de esta familia consistía en que ya no debíamos guardar la ley, porque Jesús ya nos había salvado y que no era necesario para nosotros cumplirla. Incluso nuestros actos y determinaciones estaban sometidos a la arbitrariedad divina de la cual habíamos sido predestinados. No era entonces necesario dejar de comer todo aquello que los adventistas no comemos, no era necesario incluso esperar al matrimonio para disfrutar del sexo en pareja y un montón de otras cosas que están muy señaladas en la ética cristiana. Lamentablemente esa familia junto a otras más se fueron de la iglesia y formaron una nueva congregación al estilo evangélica.
Con el pasar de los años hemos logrado comprender de una mejor manera el tema de la salvación, la justificación por la fe, la santificación y la regeneración. No ha sido fácil, porque a través de la historia nos hemos enfrascado en serias discusiones sobre el tema. Así es como en 1888 las conclusiones del Congreso de Minneapolis tienen que ser un importante referente en nuestra comprensión sobre el tema. El libro El camino a Cristo es un tremendo documento relacionado con la salvación y es posterior a 1888, por lo que puede satisfacer muchas dudas al respecto.
Es verdad que en algunos momentos de nuestra historia hemos dado demasiada importancia a las así llamadas obras. Lo que hay y lo que no hay que hacer. Los que atacan esta manera de mirar la salvación señalan que el evangelio no es hacer o no hacer, y tienen razón, el evangelio tiene que ver con la aceptación de un regalo celestial que está a la disposición de todo el que lo desee (Juan 3:15), no es una cuestión de arbitrariedad divina o selección natural. Sin embargo y aquí es donde está el punto focal, quien toma la decisión es el individuo.
¿Qué es la salvación?
Esta pregunta es esencial para comprender todo lo demás. ¿Qué es la salvación? ¿Por qué buscamos la salvación? En una sociedad posmoderna; donde no existen límites a menos aquellos que se basan en el respeto humano y en sus necesidades, se hace difícil comprender el por qué debemos buscar perdón. Cuando iniciaba mi ministerio un alumno de la Biblia que llevaba una vida muy ordenada me relataba la experiencia de un colega suyo. El hombre había sido transformado por el evangelio totalmente. Su vida alocada y desordenada, lo hicieron malgastar su tiempo y dinero y con esa acción sacrificar a su familia, pero –decía él- ahora había conocido a Jesús y su vida cambió, tanto así que su familia estaba feliz por el cambio. Entonces mi buen alumno, que tenía una linda familia y llevaba una vida de orden y cumplía con todo lo necesario, -en realidad no se comparaba en nada a la historia de su colega-, me preguntó: ¿De qué tengo que arrepentirme? Quedé en silencio por un momento, porque en realidad no tenía una respuesta rápida y al instante. Sabía lo que había que señalar, pero había que explicarla bien.
La verdad es que esta pregunta es más que común, las personas cada vez tienen menos conciencia del por qué hay que buscar a Dios y buscar la intervención de Jesucristo. En este punto de inflexión se hace necesario comprender que la búsqueda de la salvación se fundamenta en que nacemos muertos espiritualmente, nacemos condenados a morir y nacemos en un estado de desventaja que nos impide la búsqueda y encuentro con la esperanza que proviene de una vida reconciliada con Dios (Salmos 51:5; Romanos 3:20). Hay muchos que llevan una vida vacía porque no han logrado comprender esto. No van a Cristo, porque no han comprendido que son pecadores. En este aspecto los cristianos y en forma especial los adventistas, tenemos mucho por decir.
Hay muchos que aún buscan una salvación por las obras y la Biblia es más que explícita para señalar que ninguno puede alcanzar la salvación por sus propios méritos, por mucho esfuerzo que ponga en el intento. Por esta razón es que las palabras de Isaías son más que elocuentes al definir el estado o status del hombre en su condición pecaminosa: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Isaías 64:6). La condición de pecado se adquirió una vez que Adán y Eva accedieran al él, eso está relatado en Génesis con dos figuras muy importantes para nuestra comprensión del tema de la salvación o del por qué debemos pensar en salvación (Génesis 3:21, 24). La primera tiene que ver con el ropaje. Adán y Eva no requerían de ropa física, eso no quiere decir que estaban desnudos; porque la gloria de Dios les cubría, podríamos decir que era un ropaje especial. Ese ropaje no solo los cubría sino que también les brindaba la seguridad, satisfacción, paz y plenitud en un estado de santidad. Se ha preguntado el ¿por qué se hace tan difícil para un pecador estar ante la presencia de un ser divino? La respuesta tiene que ver con el ropaje. Adán y Eva como santos y no pecadores, tenían ese ropaje, que posteriormente perdieron y que les permitía mantenerse en pié ante la presencia de Dios y la de los ángeles. Por esta razón es que la ropa que ellos mismos hicieron, no sirvió porque era imperfecta, entonces Dios les hizo túnicas con pieles de dos animales que debieron morir para que ellos fueran protegidos y se mantuvieran sin el problema de la desnudez. Sobre la expulsión también podemos hablar.
Algunas condiciones sociales en la historia hicieron que miles de ciudadanos debieran salir de su patria en la búsqueda de un mejor lugar. Aunque para muchos el haber sido adoptado por otra tierra los hizo aterrizar en una nueva ‘patria’, siempre les es nostálgico el regresar a casa. La experiencia de los primeros padres no fue distinta. Ellos fueron expulsados de su casa, porque ya no podían permanecer allí a causa del pecado. Una consecuencia más de la nefasta determinación de aceptar el pecado.
¿Puede ahora comprender la razón de la salvación? ¿Se da cuenta por qué necesitamos de un Salvador? Siendo que esta es una doctrina fundamental inserta en lo que para los sistemáticos es la historia de la salvación, o el plan de salvación, porque es el proceso con el que Dios pretende regresarnos al Edén.
Salvos por fe
¿Recuerda la historia de la iglesia a la que asistía en mi adolescencia? Algunas de las cosas que ellos señalaban son correctas. Por ejemplo ellos decían que no había nada que hacer para salvarnos, y eso es verdad. La salvación no es producto de lo que podamos hacer con esfuerzo y determinación, no es como alcanzar un posgrado o construir una casa. En la condición que tenemos es imposible hablar de ser salvos por nuestras propias obras. Por lo tanto debemos aceptar que la salvación es un regalo que Dios nos entregó a través de la vida de su propio Hijo. Es algo así como leí en La Cruz de Cristo de John Sttot, Dios se ofrece en propiciación a sí mismo en la persona de su propio Hijo, asignando a Dios todo el mérito. Eso hace que la salvación y la justicia adquieran una especial connotación y por sobre todo una facturación divina.
El hombre por su desobediencia quedó condenado a morir y ponga mucha atención a lo que voy a decir: el hombre recibió la maldición y murió. ¿Cómo? En la persona de Jesús. Nuestro Señor vino a este mundo siendo el Hijo de Dios, eso no quiere decir que era Dios debilitado, era y será siempre Dios. La condición humana de Jesús aunque no es tema de discusión para este tema, es importante, porque su triunfo no lo logró como Dios, sino como hombre, esto explica el tenor de las tentaciones a las que fue sometido. Eso hace que todas las obras que podamos acumular no sirven de nada, porque la única obra que es adjudicable para la salvación es la de Jesús.
La salvación exigía una obediencia perfecta y una condición espiritual intachable, en ese sentido ningún pecador podría haber sido ofrecido por el pecado. Por esta razón es que Jesús se lo considera como único y nuestro único Salvador. Si recuerda la ofrenda en el templo, el cordero a sacrificar debía ser perfecto, porque representaba al Cordero perfecto y sin mancha.
Entonces, la salvación consiste en aceptar los méritos de Cristo. Por esta razón es que todo lo que pedimos es en su nombre, incluso cuando oramos lo hacernos en el nombre de Jesús, es Él quien garantiza la salvación y toda la alegría de la vida espiritual.
Entonces lo que decían esos hermanos era verdad; no hay nada que hacer para salvarnos. Sin embargo señalar una verdad así sin terminarla, no sería lo más correcto. Si bien es cierto que no tenemos nada para ofrecer, eso no quiere decir que estamos libres para hacer lo que se nos plazca. Tampoco es correcto pensar en un legalismo porque sería ir al otro extremo. Entonces: ¿Cómo encontramos el equilibrio?
Una adecuada comprensión
Un equilibrio adecuado se basa en la centralidad de Cristo como el autor y consumador de la salvación. Si somos salvos por fe, ¿no tenemos que hacer nada? ¿Podemos vivir como queramos? ¿Necesitamos ir a la iglesia? ¿Hay que vivir en armonía con los principios así como los enseña la Iglesia Adventista? La respuesta es que aunque no tenemos nada para lograr la salvación, una vez que la recibimos no podemos vivir como queremos en nuestra naturaleza pecaminosa. Eso no quiere decir que alcanzaremos la victoria sobre el pecado y dejaremos de ser pecadores; eso sólo será una realidad cuando Cristo regrese y transforme nuestro cuerpo de pecador a santo. Sin embargo la aceptación de Cristo como Salvador conlleva un cambio de vida. La Biblia lo llama la nueva vida en Cristo (2Corintios 5:17), Pablo habla de renovación y transformación, “en cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:22-24). “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2).
Entonces cuando aceptamos a Jesús como el Salvador, aceptamos el perdón de pecados y recibimos una nueva vida, allí se debe producir el milagro de la santificación. Como señalé en mi libro Cristo el Centro de la Fe, la santificación es el resultado de la salvación. Cuando somos justificados por fe, el resultado lógico es la santificación; un proceso que no acaba, no termina y que posiblemente los ángeles santos disfrutan a cada instante y en cada nueva experiencia en su relación de amor con Dios. Este es un punto importante en la comprensión de la salvación. Las obras no son calificadoras sino que son un resultado de una comunión con Dios. Blackaby en su libro “Mi experiencia con Dios” dice que cuando somos confrontados con una verdad a una revelación de Dios, no podemos seguir igual que antes, debemos hacer los cambios necesarios que la Palabra de Dios nos indica. Y este acto no se hace para ganar la salvación, sino por el contrario es porque ya hemos sido personados.
Romanos 6 habla del bautismo. Algunos todavía entienden que cuando somos bautizados nuestra vida pasada queda allí, eso es verdad en cierta medida, porque lo que Pablo dice es que al ser bautizados padecemos la muerte de Cristo y somos muertos con Él. Eso quiere decir que pasamos junto a Él la muerte segunda, que venció y gracias a ese acto es que cuando salimos del agua, nacemos a una nueva vida en Cristo Jesús. Esto es fantástico, un milagro, porque nos hace disfrutar con anticipación de los goces de la eternidad (1Corintios 2:9), viviendo en comunión con Cristo.
Polos opuestos en desequilibrio
Hay dos conceptos que hay que anular en la comprensión de la salvación. Uno de ellos es la gracia barata y el otro es el legalismo. Ninguno de los dos es exacto y preciso. La gracia barata dice que no hay nada por hacer, incluso hasta fuimos predestinados, por lo tanto no importa lo que hagamos si fuimos elegidos para la salvación lo seremos y nada cambiará la situación o si bien fuimos elegidos para la perdición, no podemos revertir esa condición. Sin embargo Dios ha dejado en nuestras manos la determinación de nuestra eternidad. Somos nosotros quienes decidimos si aceptamos o no el regalo celestial, por ello dice Jesús: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
Por el contrario, el legalismo ha hecho de muchos verdaderos esclavos. Dios no espera un sometimiento de ese, Dios quiere que sometamos nuestras vidas pero para darnos libertad. Ninguno puede alcanzar la victoria con sus propias fuerzas, eso es una utopía. Dios, -sin embargo- está dispuesto a capacitar y brindar fuerzas para enfrentar la tentación y que quien lo desee pueda alcanzar la victoria.
Como lo expresa Juan magistralmente. La salvación es sólo para quienes la aceptan, no hay universalismo en la salvación: “Porque de Tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él crea no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16). La oportunidad está en nuestras manos, en ese sentido somos artífices de nuestra salvación y eso sí que podemos hacer. Nadie más puede tomar la determinación por nosotros. El cielo, el Espíritu Santo, los ángeles, Jesús y el Padre hacen todo lo necesario para que la aceptemos, sin embargo esperan nuestra respuesta, lo demás es comunión, dependencia e intimidad con Jesús nuestro Salvador.
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